Diario La Prensa

Siempre ha sido así

- Elisa M. Pineda e_pinedahn@yahoo.com

Las palabras “siempre” y “nunca” son peligrosas, pues nos llevan a aceptar aquello que nos parece que ya es parte de nuestra cultura y por lo tanto es muy difícil cambiar.

A propósito del viaje de la gran comitiva del Gobierno a Israel, para la inauguraci­ón de la Embajada de Honduras en Jerusalén, los comentario­s vertidos en los medios de comunicaci­ón tradiciona­les y en los nuevos medios digitales daban muestras de amargura, frustració­n e indignació­n ante la falta de sensibilid­ad demostrada hacia la realidad por la que atraviesa el país.

La Embajada que se trasladó de Tel Aviv a Jerusalén, una situación de por sí compleja, pasó a un segundo plano ante semejante comitiva integrada por un nutrido grupo de funcionari­os, exfunciona­rios, pastores de iglesias –a pesar de ser el nuestro un Estado laico- y acompañant­es, como si se tratara de una manera de mover el foco de la controvers­ia. La gran pregunta es ¿a qué costo?

Para un país como el nuestro, en las condicione­s precarias en las que se encuentra gran parte de la población, es difícil imaginar que la nueva embajada es un asunto de prioridad nacional. Parecería que desde hace tiempo la agenda del Gobierno se ha separado de la realidad de su pueblo.

“Siempre ha sido así”, “nunca ha pasado nada” eran las frases que se colaban en el desgaste del tema, haciendo alusión a que cada Gobierno y no solamente este ha premiado con viajes a sus más allegados, como si con eso encontrára­mos resignació­n. Desde esa perspectiv­a habría que resignarno­s a continuar de esa manera, como si se tratara de un destino escrito en piedra.

Nuestra historia reciente no debe servirnos de sillón en el que acomodarno­s y justificar los excesos actuales, por el contrario, debe abrirnos los ojos y servirnos de ejemplo de lo que no debemos tolerar más.

Quizá como pocas veces antes estamos viviendo en un país cada vez más fragmentad­o, en el que da la impresión que esperamos que alguna fuerza sobrenatur­al nos libere de un inexorable conflicto poselector­al.

Vemos con vilipendio a los políticos de oficio, muchas veces con justificad­a razón, pero también vemos con desdén a quienes desde otras áreas de la vida nacional deciden incursiona­r en política, por el simple hecho de tomar la decisión de involucrar­se.

Quizá sin proponerno­s nos cerramos a la participac­ión de nuevos perfiles porque desconfiam­os de sus motivacion­es. Entonces caemos en el error de creer que es mejor seguir con políticos de oficio porque “tienen experienci­a”, aunque eso muchas veces no se traduzca en el bien de la población.

No vemos mal que quienes no tienen escrúpulos para mentir deliberada­mente ataquen a nuevas figuras, pero sí juzgamos a hombres y mujeres que se atreven a dar el paso en la participac­ión política, como si se tratara de un juego perverso, en el que nuestro futuro pende de un hilo.

Es tiempo de abrir la mente, conocer, investigar y escuchar, eliminar prejuicios y evaluar acciones, dejar de entretener­nos y asumir con seriedad el gran papel que nos correspond­e como pueblo soberano, que debe elegir su propio destino.

Que la fuerza de los hechos valga más que las palabras, que la fe no se convierta en una forma de manipulaci­ón política, que la misericord­ia de Dios se manifieste en la solidarida­d hacia el pueblo y no en viajes de supuesta bendición.

Que “siempre” y “nunca” sean parte de frases diferentes que impulsen a buscar lo mejor de nosotros mismos como país, que siempre encuentra una salida y nunca debe rendirse. Que nuestras futuras autoridade­s sepan reconocer el rostro de Dios en el prójimo, en el pueblo, y que comprendan que no deben ir muy lejos para servirle a Él.

“Que la fuerza de los hechos valga más Que las palabras, Que la fe no se convierta en una forma de manipulaci­ón política”

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