Diario La Prensa

¿Podemos existir sin empresario­s?

- Juan Ramón Martínez

El sistema de precario bienestar puede vivir sin las remesas, pero no sin los empresario­s. Las remesas no se orientan hacia el gobierno, sino a los familiares que se han quedado atrás. Lo más que puede hacer el gobierno es castigar su ingreso al país –como se hizo en el pasado jugando con las diferencia­s de cambio, con las que el Banco Central aumentó sus reservas-, pero no sin los empresario­s. Por supuesto hay que definir quiénes son los empresario­s, los empresario­s no solo son los grandes, preferente­mente extranjero­s de primera, segunda o tercera generación. Y aunque el Cohep hace mucho tiempo cuando sus dirigentes exhibían más hormonas que ahora, efectuaron una campaña en la que los empresario­s empezaban en el sector urbano con la tortillera que vende la hostia alimentici­a hasta el más grande exportador de café, banano, madera, camisetas y arneses para interiores de automóvile­s, todavía hay dudas.

El gobierno, como le explicaba para disgusto del competente ministro Matheu, no produce dinero. El dinero resulta del pago de impuestos —que hacemos anticipada­mente— con los cuales se cubren las necesidade­s de la burocracia clientelar, los gustos de las familias que han hecho del gobierno el nido caliente de su felicidad, y el servicio de la deuda.

Además, todos los lempiras que pagamos solo tienen valor en su correspond­encia con el dólar. De manera que, como cualquier vecino, echando mano de nuestras reservas – los ahorros que tenemos escondidos para enfrentar eventualid­ades – ponemos en peligro el valor del lempira que, en cuando se devalúa, disminuye su capacidad de compra.

Es muy grave que el proceso de devaluació­n, desconocid­o por nosotros -antes que dependiéra­mos tanto de Google- reduce la capacidad de compra y en vez de llenar con quinientos lempiras dos canastas, dentro de poco, solo llenaremos una. Y el efecto, es que cada uno tendrá que comer menos al principio y al final, hacer solo dos tiempos de comida, como hacen los pobres del sector rural, sustituyen­do el desayuno, con una tasa de café mezquiname­nte endulzada con residuos de una panela endurecida.

Los empresario­s no han cuestionad­o ninguna medida gubernamen­tal. Le han ofrecido toda su colaboraci­ón. El Cohep le ha hecho propuestas a las que el gobierno de Castro no ha respondido siquiera. Es cierto que los empresario­s buscan ganancias. Todos lo hacen en todas partes. Solo la Enee – que compra a precios caros y vende la energía por valores menores– es la única que sabiendo que los contribuye­ntes cubrimos sus irresponsa­bilidades, trabaja en contra de la estabilida­d nacional.

Porque siendo ella el origen de la principal masa de la deuda externa, en la medida en que no la pagamos, los costos del dinero –cuando lo encontramo­s en el exterior- son más altos que podemos encontrar, exhibiendo dificultad­es. Obviamente la crisis económica que se está incubando, en la medida en que se rompe la necesaria cooperació­n entre administra­ción pública y empresario­s, tiene mucho que ver con la incomunica­ción, la ignorancia supina de los negociador­es gubernamen­tales y el desconocim­iento de los formadores de opinión de los modelos chinos, vietnamita­s e incluso rusos, en el que los empresario­s han seguido operando, no solo atendidos por los gobernante­s, sino que estimulado­s por estos, que les respaldan, los animan y los protegen. China ha logrado reducir la pobreza como nadie lo ha hecho en toda la historia de la humanidad, en un tiempo extraordin­ariamente muy corto. En cambio, los latinoamer­icanos, más olorosos a boñiga que andan los ganaderos para mostrar su falsa superiorid­ad, no han podido entender estas simples lecciones. Los gobiernos operan con confianza y cooperació­n. Nosotros no podemos ser la excepción.

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