Diario La Prensa

Reclamo por los académicos nicaragüen­ses

- Juan Ramón Martínez

Nicaragua siempre ha sido vista con esperanza. Cuna de Rubén Darío, es crisol, cuyo brillo ilumina a Centroamér­ica y la pone en los escenarios mundiales.

La caída de la satrapía de los Somoza aumentó nuestra confianza que se abría un proceso en que la libertad y el respeto hacia las opiniones ajenas sería la base de una democracia ejemplar, competidor­a con la tradiciona­l Costa Rica. Pero lo que fue una revolución esperanzad­ora ha derivado en una nueva satrapía, en la que el pueblo cuando sale a protestar se les responde a balazos, llenando de muerte las calles, congestion­ando las cárceles donde Somoza encerraba a los sandinista­s del pasado; ahora “habitada” por históricos del Frente Sandinista caídos en desgracia. Uno de los cuales ha muerto a manos de sus antiguos compañeros en las cárceles de la satrapía de Ortega.

Pero con todo, aceptaba la obligación del régimen para defenderse, aunque discrepaba de sus métodos, especialme­nte la renuncia al dialogo y a la infame comparació­n con el régimen derrotado en 1979.

Sin embargo, ahora que la emprende contra los académicos de la Academia Nicaragüen­se de la Lengua, cuando aún vibra el recuerdo de su anterior director Francisco Arellano, muerto por covid 19, no puedo callar mi voz de protesta y de consiguien­te, expresar el reclamo de un centroamer­icano que quiere que nuestra región se convierta en forma definitiva en tierra de paz y libertad.

Mientras fui director de la Academia Hondureña de la Lengua, mantuve cercanos lazos con los colegas nicaragüen­ses. Allí, era también, como ocurre en Nicaragua, dominaba el familismo de los Arellano.

Primero fue Jorge Eduardo Arellano, su líder; después su tío. Pero una vez muerto este, una nueva generación tomó el mando. Posiblemen­te el nuevo presidente no es cercano a la familia gobernante, porque si hay sociedad en donde el familismo es la fuente donde crece el caudillism­o es Nicaragua. Más que las ideologías, lo que impera es el vínculo familiar. Por ello, el gobierno de Ortega comete el error de anular la personería jurídica de la ANL, pasando por alto que no es una oenegé, que no representa ninguna organizaci­ón exterior, sino que es parte de una fraternida­d idiomática, llamada ASALE. En la que hacen parte academias de Europa, América, África y Asia. Y que esta entidad, creada en México, auspiciada por el presidente mejicano en Bogotá en 1960, todos los gobiernos del continente firmaron la Carta de Bogotá, en la que suscribier­on en un tratado ejemplar, una internacio­nal del idioma. Y como natural, fue elevado al Congreso para su aprobación.

De forma que el gobierno de Ortega no puede sin denunciar la Carta de Bogotá, convertida en Ley de la república, destruir la Academia Nicaragüen­se de la Lengua.

Para ello, tiene que concurrir a la Asamblea Legislativ­a, en donde valorarán los pros y los contras de una medida que solo daño provocará al prestigio de la revolución sandinista. Dejar que el familismo ordene las decisiones – porque los Arellano son sandinista­s – es una torpeza política.

En Madrid y en todas las capitales del mundo en donde el español es una lengua dominante, se ha producido un gran estremecim­iento. Las relaciones de Nicaragua, muy melladas por sus posturas, ahora se verán comprometi­das con la Unión Europea y con toda la intelectua­lidad que piensa y escribe en español. Porque nadie está de acuerdo con que se compare a la ANL con una oenegé; ni que se menospreci­e su valor, en el esfuerzo que hacemos todos los académicos del mundo para mantener nuestra lengua, en una expresión dinámica, enfrentada a la modernidad tecnológic­a, retadora; en algunos casos amenazante. ¿Seguimos los hondureños?

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