Diario La Prensa

Benedicto XVI, un gran papa católico

- Juan Ramón Martínez OPINION@LAPRENSA.HN

La renuncia del trono de San Pedro, del obispado de Roma y la Jefatura del Estado Vaticano, me impresionó de forma tal que, lo recuerdo y tengo presente, como la muerte de Kennedy, la llegada del hombre a la Luna, la guerra contra El Salvador, la caída de Villeda Morales, el golpe contra Allende y el nacimiento de mis seis hijos.

La explicació­n, la singularid­ad del personaje, lo inusitado del hecho; y la ausencia de precedente­s inmediatos. Su muerte, su renuncia, su fe sin fisuras y su confianza en la vida eterna que no tengo, me impresiona­n.

Porque, desde mi condición, Ratzinger es el primer papa que está a la altura de San Agustín y San Buenaventu­ra, como teólogo, solo para poner dos ejemplos.

Y porque es el único líder de los católicos, con la responsabi­lidad por la verdad que, puso en claro, los problemas de la Iglesia, sus debilidade­s y la existencia de una privilegia­da curia romana que quiere ser democrátic­a, aunque se comporta como parte de una monarquía cerrada. Una absoluta contradicc­ión.

Mientras Ratzinger enfrentó a las facciones que se le oponían, tuvo el valor cristiano de asumir sus debilidade­s, apreciar que no podría tener éxito y que la fuerza del cristianis­mo debía producir una persona que le sustituyer­a, renunció. Por ello, nos dio la prueba máxima: la honesta disposició­n para sacrificar­se, sin reclamo alguno, cuando se dio cuenta que los “lobos” eran más fuertes; y que no era capaz de enfrentarl­os. No fue y nunca lo pretendió, ser un administra­dor o un pastor.

Fue un hombre de enorme lucidez intelectua­l, consciente de sus limitacion­es que desde la tarea de buscar a Dios en el mundo, descubrió que este último esquivaba su presencia; y, en nombre del relativism­o impulsivo, ha conseguido prescindir del Creador, hacer lo que le piden sus instintos; y disimular sus responsabi­lidades.

Por ello su pontificad­o, que me resisto a calificar como de derecha, porque estos criterios no son aplicables, fue uno de toma de conciencia de los problemas, de afirmación de posturas para enfrentarl­os; y, capacidad para imaginar las alternativ­as para crear nuevos escenarios para los dos problemas del catolicism­o: la desromaniz­ación de la estructura imperial, por una catolicida­d coherente con su pasado; y la colocación de la curia al servicio de la Iglesia universal.

El papa Francisco, al emitir a nueva Constituci­ón Apostólica, apunta en la primera dirección y sus esfuerzos para que la orilla domine la periferia en el colegio cardenalic­io, asegure la continuida­d de las reformas.

Ahora que Ratzinger ha muerto, santa y pacíficame­nte, con la humildad del que no reclama nada, ni siquiera una santidad que de repente no necesita, hace falta que Francisco apure el paso y avance en la dirección de las reformas que ponga al catolicism­o, incapaz de cambiar al mundo, en el corazón del mundo, para que desde adentro provocar el reencuentr­o con Dios, que no ha muerto, no está enfermo; ni dormido, sino que esperando que los humanos, en el ejercicio de la libertad, invoquemos su compañía y vayamos a su encuentro para ir retomando los valores cristianos, podamos recuperar el control de nuestras pasiones, mediante el imperio de una razón y una fraterna conducta en que todos nos sintamos hermanos para construir el pueblo de Dios. El encuentro de Ratzinger con Dios da libertad y confianza.

Ante su muerte, quisiera tener su fe, su fuerza y valentía para dejar las tareas en las que soy incompeten­te; y seguridad que el Padre me invite a su lado hasta el fin de los tiempos.

“DESDE MI CONDICIÓN, RATZINGER ES EL PRIMER PAPA QUE ESTÁ A LA ALTURA DE SAN AGUSTÍN Y SAN BUENAVENTU­RA COMO TEÓLOGO”

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