Cambios en la Iglesia Católica
La acción educativa en colegios y universidades deberá ser revisada. Deben ser espacios de formación de católicos firmes, líderes que defiendan su fe y compaginen su vida con las enseñanzas del evangelio. La broma que San Miguel formaba a los “izquierdistas” la confirma el hecho de que Manuel Zelaya sea egresado de allí; o por lo menos, que en sus aulas discurrió su vida estudiantil, hasta donde sabemos. O Jorge Cálix, egresado de la Universidad Católica.
Los católicos de hoy estamos más en comunión con nuestros pastores que en 1916. Algunos sacerdotes y el arzobispo Martínez Cabañas -coronel del Ejército- se oponían a trasladar la sede eclesial a Tegucigalpa donde residía el poder central, “porque no había un edificio adecuado”, sostenía el prelado.
En 1923, con la llegada de monseñor Agustín Hombach, la Iglesia recuperó su prestigio, enfrentó a sus críticos y monseñor Hombach confrontó a los ateos, a los izquierdistas e incluso a los descreídos, escribiendo valientemente en los periódicos, y trabajando intensamente para mostrar la fuerza de la Iglesia.
Monseñor Hombach escribió un bello tratado teológico para enfrentar las críticas materialistas que algunos usaban como forma de expresar sus compromisos con la modernidad. Y todo lo pudo hacer, incluso, contra la oposición de algunos periodistas que le apostaban al antigermanismo. Ahora, el tiempo es mejor. Los nuevos obispos tienen experiencia pastoral. La feligresía los conoce y los respeta. Lo que hace falta, sin duda, es entender que hay que fortalecer los esfuerzos destinados a hacer sentir que los católicos, somos “el pueblo de Dios” y que avanzamos con esperanza en la ruta de la salvación al encuentro con el Padre sin aislarnos de la sociedad, de la economía y, menos de la política, porque somos anuncios esperanzadores del nuevo amanecer.