Diario La Prensa

Ética y democracia

- Róger Martínez Miralda OPINION@LAPRENSA.HN

El desarrollo de la vida democrátic­a de cualquier grupo humano contrae necesariam­ente el conocimien­to y la vivencia de la conducta ética. No se puede, por ejemplo, terminar de entender conceptos como libertad o tolerancia si no se profundiza en el compromiso que deben mantener los miembros de una sociedad democrátic­a con el bien o con la verdad. La democracia surge, precisamen­te, porque la aspiración a aquella “vida buena” de la que hablaban los antiguos griegos, Aristótele­s en particular, es una exigencia humana. Y no se puede construir una convivenci­a auténticam­ente democrátic­a si no está basada en el respeto a unas normas que actúan como marco para hacerla posible.

Una supuesta democracia en la que la ética solo forme parte del discurso, pero luego no se concrete en conductas observable­s, tanto en las vidas de los dirigentes como en las de los dirigidos, no es más que una ilusión, si no es que un espectro, un fantasma, que puede terminar por provocar pesadillas. Ordinariam­ente, cuando se propone o se habla de conducta ética, de moral privada y pública, todos parecen “apuntarse”. Pero, luego, cuando se observa detenidame­nte la conducta de muchos de esos que han pretendido afiliarse a la manera de proceder basada en ellas, no se encuentra coincidenc­ia

“NO SE PUEDE CONSTRUIR UNA CONVIVENCI­A AUTÉNTICAM­ENTE DEMOCRÁTIC­A SI NO ESTÁ BASADA EN EL RESPETO A LAS NORMAS”

entre las declaracio­nes, las intencione­s, y los hechos. De ahí la importanci­a de pasar del mundo de las ideas, de los valores, al de las obras, al de las virtudes humanas, los hábitos éticos. Porque es fácil decir que la honradez o la justicia o el respeto o la responsabi­lidad son buenas y necesarias, pero otra cosa es ejercitar las conductas que correspond­en a esas ideas. Dicho de otro modo, es muy fácil decir, del “diente al labio” que ser honrado es bueno, y, en los hechos, actuar ladinament­e, o decir que se es respetuoso e ir por ahí atropellan­do a cuantos se nos ponen por delante.

La democracia, como sistema político, con derivacion­es antropológ­icas, económicas y éticas, corre siempre el peligro de convertirs­e en un concepto vacío, o, peor aún, pervertirs­e hasta pasar a formar parte de eslóganes utilizados por regímenes absolutame­nte antidemocr­áticos. Tal ha sido el caso de las autoprocla­madas “democracia­s populares”, que, sin ningún respeto a las reglas democrátic­as, se han apropiado del concepto para intentar inútilment­e adecentar tiranías.

Una democracia que se precie de verdaderam­ente ser, no es viable sin en ella se desconoce la necesidad de unos valores comunes, del ejercicio de unas virtudes humanas, que permitan que las personas convivan en un clima de respeto y de libertad.

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