Diálogo fructífero
La convocatoria a un diálogo nacional a todos los sectores de la hondureñidad debe ser visto con buenos ojos por todos aquellos que van a ser convocados y por todos los que vivimos en este país. Era una necesidad sentida desde hace tiempo y muchas voces se habían expresado de acuerdo con él. Queda ahora esperar que el diálogo comience y que luego haya frutos. Unos frutos que deben beneficiar a toda la población y que despierten esperanza en todos los sectores.
Es clave que, tanto la estrategia a seguir como los temas que vayan a ser abordados, sean producto de un verdadero consenso.
Aunque al gobierno le toque la organización y sea el encargado de facilitar el proceso de diálogo, no debe imponer una agenda ni mucho menos llegar a conclusiones que no recojan el sentir de los involucrados. Un auténtico diálogo tiene una serie de exigencias. Y todas deben cumplirse en esta ocasión. La primera tiene que ver con la inclusión de todos aquellos que tengan algo que decir y que aportar.
Debe existir una representatividad suficientemente amplia para que luego nadie se queje de que fue ignorado o marginado.
Claro está, cada uno de los sectores tienen representantes legítimos y, para que el diálogo sea viable, se debe contar con ellos. Luego, deben hacerse a un lado todos los prejuicios, los intereses particulares, las capillitas y todo aquello que huela a sectarismo. Lo anterior exige que los actores del diálogo sean empáticos, sepan escuchar y no se acuartelen en sus posturas.
Por supuesto, no puede haber diálogo si no hay respeto. Y el irrespeto no solo se manifiesta en el tono de las discusiones sino, y, sobre todo, cuando no se toma en cuenta lo que el interlocutor dice. Porque si se convoca a dialogar para monologar, todo resultaría en una pérdida de tiempo y en la profundización de la brecha que, nos guste o no, se ha ido profundizando en la sociedad hondureña. De ahí que sería mejor mantener al margen del diálogo a todo aquel personaje, no importa el sector del que proceda, amigo de la controversia, del insulto, de la descalificación del que piensa distinto.
Uno de los frutos de esta iniciativa, uno de los más importantes, es la siembra de concordia y de auténtica reconciliación entre los hondureños. De 2009 para acá el país se ha ido partiendo, resquebrajando, enemistando; y no podemos seguir así.
Quiera Dios que, finalmente, Honduras vea a sus hijos en busca de unidad, de propósitos comunes, de una fraternidad que supere intereses e ideologías.