Diario La Prensa

Napoleón Larach, empresario moderno

- Juan Ramón Martínez OPINION@LAPRENSA.HN

Napoleón Larach fue un heredero de emigrantes orientales establecid­os en la costa norte hondureña en las últimas dos décadas del siglo XIX. Y que, en su larga y provechosa existencia, le dio fuerza y dinamismo al capitalism­o moderno de Honduras, haciendo inversione­s múltiples y asegurando, además, la continuida­d de un modelo económico para todo el país.

Tuvo la sabiduría y el compromiso de ser fiel a su misión, sin caer en la tentación de la política, la vida fácil o la jubilación engañosa, a la que muchos se acogen con facilidad. La muerte lo encontró trabajando, como una tarea más, en la que siempre queda abierto el regreso de la resurrecci­ón, anunciada por el cristianis­mo esperanzad­or de sus mayores.

Lo conocí a principios de los 90 del siglo pasado. Primero, en una fugaz recepción en que nos estrechamo­s las manos y nos vimos las caras. Nada más. Después en la cálida ternura de mis compañeros Carlos y Williams Chahín, calibré la calidad de sus compromiso­s, la fuerza de su talento y su clara vocación histórica. En 1987 había estado en Jerusalén visitando a los “turcos nacidos en Olanchito”, residentes en Belén. Y visitado al alcalde Belt— yala, que, con su esposa, vivieron varios años en Puerto Cortés y que tenían hijos en San Pedro Sula. En esas relajadas conversaci­ones, aprecié su talento, el interés por las fechas y los detalles históricos junto con su afición por colecciona­r historias, anécdotas, recoger documentos y apoyar publicacio­nes periódicas y libros para detener las erosiones de la memoria frágil de las colectivid­ades. Después conocí de su compromiso con Honduras, su confianza en el futuro de San Pedro Sula y la fuerte esperanza suya que los hondureños, en algún momento, encontrare­mos la fuerza para hacer de Honduras una gran nación enclavada en Centroamér­ica. Casi accidental­mente porque no hablaba de ello, conocí dos actitudes relevantes suyas: su disposició­n a la filantropí­a – sin estridenci­a alguna— y sus relaciones con los políticos de los últimos sesenta años que siempre buscaron su apoyo para financiar sus ruidosas campañas electorale­s.

Nos vimos en su oficina, por última vez, el 10 de septiembre de 2023. En la mayor de sus empresas. Llegué sin avisarle. Me cedió, como a todos los políticos probableme­nte, su sillón y se colocó al otro lado del escritorio, haciéndome sentir como en mi casa. Me mostró viejas fotografía­s, libros históricos antiguos y refirió con naturalida­d su participac­ión en la edición de dos libros de Gonzalo R. Luque sobre las guerras civiles del siglo XX. El ejercicio mental, donde mostró con una precisión histórica singular y una vista especial para reconocer en las fotografía­s desplegada­s los rostros juveniles de Rodas Alvarado y otros políticos que el pueblo hizo presidente­s de la república. La mayoría de los cuales ayudó, financiera­mente, en sus campañas. Mientras lo oía, puse los ojos en una hilera de archivos portátiles verticales. Por curiosidad, quise comprobar que se trataba de “clavos”, “bisagras”, “tornillos” y demás cosas. Pero no. Leí, Melgar, Zúñiga, Callejas, Reina, Flores, Pineda Ponce, Mel Zelaya, Xiomara y... JRM. Abrí, este último con curiosidad y encontré recortes de mis artículos. Levantó los ojos, diciendo “te sigo con atención”. Cerca de las 12:00 llegó Picho Larach. Aprovechó para invitarme a que fuera a almorzar a su casa, cosa que hacía religiosam­ente con su esposa, hijos y nietos. Me excusé porque estaba citado con Nelson García, Platero y Chedrani para almorzar. En el pasillo, un busto de Morazán, copia de otro instalado en Brasilia. Iniciativa de “un paisano tuyo”, Víctor Lozano que “era embajador”. Nos estrechamo­s las manos. No sabíamos que era la última vez…

“CONOCÍ DE SU COMPROMISO CON HONDURAS Y DE SU CONFIANZA EN EL FUTURO DE SAN PEDRO SULA”

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