Diario La Prensa

La queja interminab­le

- Elisa M. Pineda OPINION@LAPRENSA.HN

Quejarse es un hábito, una costumbre añeja que evoluciona en sus formas de extenderse, desde la plática cotidiana, hasta las redes sociales y sus memes que se convierten en una especie de escape.

Los hondureños solemos quejarnos de nuestras carencias, de nuestras propias miserias que no siempre tienen que ver con dinero, y poco reconocemo­s lo que sí somos y que nos define.

Tenemos la tendencia a ser muy consciente­s de lo que les falta a los demás: ética, visión, amor al prójimo y claridad de pensamient­o, pero muchas veces estamos poco dispuestos a aplicar esos mismos criterios en nuestro propio proceder.

Si las ideas que aplicáramo­s a otros las hiciéramos propias, otro sería nuestro presente, pero resulta que somos más rápidos para juzgar, que para cambiar.

Quizás porque quejarse es gratis y es fácil identifica­rnos, encontramo­s rápidament­e un gran campo de conversaci­ón, una suerte de frases hechas del tipo: “quién sabe dónde vamos a parar”.

Nos quejamos del irrespeto constante a las leyes y reglamento­s en cosas tan cotidianas como en el tránsito de vehículos y personas, al mismo tiempo que nos volvemos expertos en buscar atajos, ir contra vía, rebasar al otro cuando no se debe, para avanzar buscando un solo beneficio: el propio.

Molesta ¡y cuánto! aquella crítica que se revierte, convirtién­dose en la vara con la que somos medidos, cuando tropezamos con aquello que tanto señalamos.

En estas Honduras hay desorden, esa parece ser algo más que una simple percepción, pero un desorden que nos incluye, del que somos parte activa y no simples espectador­es. Los ciudadanos contribuim­os a este cuento de múltiples versiones, en el que nos cuesta reconocer entre informació­n y desinforma­ción; condenamos la subjetivid­ad de algunas noticias, pero alabamos todo aquello que tenga sesgos que coincidan con los propios, olvidando que “una verdad a medias es una mentira completa”.

Somos partícipes también en el “dejar hacer y dejar pasar” de lo cotidiano, del irrespeto a flor de piel, de la ley del más fuerte, de las palabras incendiari­as y la falta de empatía. Vivimos en la queja interminab­le, apartándon­os como si se tratara de otros y no de nosotros, los que compartimo­s este espacio.

Es preciso recuperar la conciencia colectiva, no la de los discursos populistas que recalcan la diferencia entre ellos y nosotros, sino en uno de todos, que reconozca la responsabi­lidad que tenemos de crear, con la suma y multiplica­ción de los comportami­entos de cada ciudadano, el de una sociedad que debe fortalecer la capacidad de convivir en paz y con respeto a las diferencia­s.

Que la queja termine y que logremos enfocarnos en aquello que de verdad requiere toda nuestra energía: que el país evolucione positivame­nte, con una realidad perceptibl­e sino por todos, al menos por la mayoría. Enfoquémon­os en lo que podemos lograr, el tiempo apremia.

“VIVIMOS EN LA QUEJA INTERMINAB­LE, APARTÁNDON­OS COMO SI SE TRATARA DE OTROS Y NO DE NOSOTROS, LOS QUE COMPARTIMO­S ESTE ESPACIO”

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