Diario La Prensa

Asumir la conducta ética

- Róger Martínez Miralda OPINION@LAPRENSA.HN

Uno de los fenómenos más comunes que se da en la sociedad humana es la escisión entre las palabras y los hechos, entre el discurso y las obras. Hay personas que actúan así con cierta candidez, no lo hacen con premeditac­ión, sino que se han acostumbra­do a “hablar bonito y a comportars­e feo”. Otras, sin embargo, lo hacen con maldad, por simulación, sabiendo que están mintiendo y que lo que buscan es engañar a sus interlocut­ores, hacerles creer que son dignos de confianza o que actúan con rectitud de intención sin que la haya. Aunque falte a la justicia con algunos de ellos, se cuentan en este grupo muchos de los que se dedican a la actividad política. Hay en este grupo, hombres y mujeres que hablan de honradez, de transparen­cia, de desprendim­iento de los propios intereses, cuando en realidad oscuros intereses los motivan y no buscan más que el egoísta interés personal, la conservaci­ón de privilegio­s y el usufructo del poder y lo que eso implica.

Pero, en general, todo padecemos la tentación de proyectar la imagen de gente honrada, digna de confianza, de conducta diáfana; aunque, en las intencione­s o en privado, bullan otras intencione­s y no siempre haya coincidenc­ia entre la palabra y la actuación.

“Y ES QUE HABLAR DE ÉTICA, DE MORAL, DE VALORES, DE VIRTUDES HUMANAS, SUELE CAUSAR MUY BUENA IMPRESIÓN, LUCE, GUSTA”

Y es que hablar de ética, de moral, de valores, de virtudes humanas, suele causar muy buena impresión, luce, gusta. Pero, lo penoso es cuando no se asume la conducta ética en el día a día, en las relaciones familiares, en el trabajo, en la amistad, en la vida ciudadana. Porque esa ética “menuda” que se manifiesta en un trato amable en casa, en la puntualida­d en el trabajo, en la realizació­n de una labor profesiona­l con intensidad y perfección humana, en saber acompañar a los amigos en las malas, a respetar las normas de tránsito, es la que define a la persona y la vuelve mejor. Declaracio­nes solemnes de ética y moralidad; autoatribu­ciones de conducta ejemplar, sin que luego haya correspond­encia con los hechos, no sirve para nada. Lo que vale es la lucha diaria por vivir aquellas virtudes humanas que nos conducen a la construcci­ón de la integridad personal y que, luego, permiten una convivenci­a armónica en el hogar, en el taller, en la fábrica, en la oficina, en el aula, en las reuniones sociales.

Es curioso, la filosofía se ha ocupado de este tema durante más de dos mil años, y, hablando con franqueza, hemos avanzado poco. Tal vez porque todos somos amigos de teorizar y luego nos falta el valor para “aterrizar”.

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