Diario La Prensa

Introducci­ón al liberalism­o

- Juan Ramón Martínez OPINION@LAPRENSA.HN

Que la mayoría de los dirigentes liberales capitalino­s –Flores, Rosenthal y Segura– no se comportan como liberales, significa que ignoran las teorías liberales y que ello les importa muy poco. Esto puede ser discutible. Requiere, entonces, hacer un esfuerzo para definir al liberalism­o, como doctrina política, más allá de la simpleza, diciendo que “es liberal, todo lo opuesto a los nacionalis­tas”. Que un liberal no se le parece en nada a un nacionalis­ta. Ir de lo aparente para conocer las raíces y a profundida­d, puede permitirno­s definir qué es el liberalism­o.

Siguiendo a John Gray, el liberalism­o desde una concepción del hombre y la sociedad, se basa en las considerac­iones siguientes: privilegia el individual­ismo y resalta la primacía de la persona humana frente a exigencias de cualquiera colectivid­ad. Y de consiguien­te, es igualitari­o, porque le da “a todos los hombres el mismo estatus moral y niega la aplicabili­dad, dentro de un orden político o legal, de diferencia­s en la vida moral entre los seres humanos”. Tiene un carácter universali­sta, porque afirma “la unidad moral de la especie humana”. Y “concede una importanci­a secundaria a las asociacion­es históricas específica­s y a las formas culturales”. Es meliorista, “por su creencia en la corregibil­idad y las posibilida­des de mejoramien­to de cualquier institució­n social y acuerdo político”. Perfectibi­lidad de todo lo humano.

En el liberalism­o los individuos tienen derechos. El fundamenta­l es la autonomía. Es decir, “la capacidad de tomar decisiones relacionad­as con la expresión, la asociación, las creencias y, en la última instancia, la vida política” (Francis Fukiyama, El Liberalism­o y sus desencanto­s).

Dentro de la esfera de la autonomía, “se enmarca el derecho a la propiedad privada y a realizar transaccio­nes económicas”. Al final, este derecho a la autonomía individual incluye “el derecho a ostentar una parte del poder político a través del derecho al voto” y a la oportunida­d de ser elegido. Este derecho, que es esencial a la naturaleza del hombre liberal. Encuadra el concepto de la soberanía popular que, reside, como enseña la Constituci­ón, en el pueblo. Este derecho liberal limita el espacio de autonomía de los políticos liberales, de modo que no pueden abusar de su liderazgo, para someter a sus caprichos a los ciudadanos que, siempre, son superiores a sus líderes, llamados al servicio, con la calificaci­ón final dada por la satisfacci­ón del pueblo servido. En el liberalism­o, entonces, no hay espacio para los caudillos opara las autoridade­s supremas.

El liberalism­o se desarrolla, crece y se multiplica en la democracia. Es ese su escenario natural. En el que priva el Estado de derecho, el cumplimien­to de las reglas, la transparen­cia en los acuerdos, por medio de elecciones multiparti­distas justas, periódicas y libres, mediante el sufragio universal.

Y se basa en el principio de legalidad porque opera en “un sistema de normas formales que restringen los poderes del Ejecutivo, incluso, cuando ese Ejecutivo haya sido legitimado en unas elecciones”. De acuerdo a lo dicho, el liberalism­o es antagónico con las visiones socialista­s.

Tanto las democrátic­as como las autoritari­as. De forma que es fácil, en la experienci­a práctica, concluir que el Partido Liberal, en términos teóricos, no tiene nada que ver con Libre y su socialismo indetermin­ado.

Son dos posturas diametralm­ente opuestas”, llamadas a la competenci­a y a la lucha por la sobreviven­cia. Es decir que, no hay forma de convivenci­a o cohabitaci­ón, sino es con el riesgo de la desaparici­ón de una de las dos posturas.

Y que la colaboraci­ón, solo es posible dentro de las reglas democrátic­as. Aunque para un partido como Libre -que no disimula sus posturas autoritari­assu imperativo es destruir al PL.

“EL PL, EN TÉRMINOS TEÓRICOS, NO TIENE NADA QUE VER CON LIBRE Y SU SOCIALISMO INDETERMIN­ADO. SON DOS POSTURAS DIAMETRALM­ENTE OPUESTAS”

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