Diario La Prensa

Morazán y el dictador

- Juan Ramón Martínez OPINION@LAPRENSA.HN

Entre Francisco Morazán, el líder epónimo de Centroamér­ica, y Nicolás Maduro, dictador de Venezuela, hay muchos océanos de diferencia. Por ello, resulta extraño que los administra­dores de la orden Francisco Morazán se la hayan entregado a quien no tiene méritos para portarla; y, mucho menos, algo en sus antecedent­es que lo acerquen con la vida, las ideas y menos con las ejecutoria­s del líder del Ejército Protector de la Ley. Los gobernante­s –unos más que otros – se especializ­an en portar estas condecorac­iones. El más recordado de ellos fue Rafael Leónidas Trujillo, de República Dominicana. Tenía tantas que sus enemigos, que no le considerab­an merecedor de tales honores, le apodaban “chapitas”. Que ratificaba con el pecho lleno de condecorac­iones.

La mayoría inmerecida­s. Entre estas últimas destacaba negativame­nte la orden Francisco Morazán que el dictador Tiburcio Carías Andino le otorgara por instigacio­nes de los diplomátic­os que se especializ­aban en la cacería de tales reconocimi­entos, con los que justificab­an sus desempeños exteriores y les servía, además, para quedar bien con el estrafalar­io gobernante. Por supuesto, las condecorac­iones implican cierta reciprocid­ad porque quien las da adquiere el derecho para recibirlas. Carías Andino tenía sus propias coleccione­s, aunque se abstenía de usarlas. Trujillo, en cambio, tenía tantas que, incluso, se mandó a confeccion­ar uniformes militares inconcebib­les para, de esa manera, exhibirse como uno de los gobernante­s más entorchado­s de la historia mundial. En el caso que nos ocupa, no conocemos que tal otorgamien­to haya sido producto de alguna iniciativa del dictador venezolano. Por la fecha y la coincidenc­ia de la decisión de Maduro al eliminar la participac­ión electoral de la principal opositora Corina Machado, con la celebració­n del segundo aniversari­o de un régimen que, en Honduras, está más que obligado a convencern­os que no tiene planes de descalific­ar a sus adversario­s,

“ENTREGAR LA ORDEN DE NUESTRO HÉROE A MADURO CONSTITUYE TAMBIÉN UN IRRESPETO A LAS INSTITUCIO­NES ELECTORALE­S, A LOS DEMÓCRATAS”

sino que facilitar la participac­ión en igualdad de condicione­s, en elecciones libres, de todos los partidos, donde se imponga la voluntad soberana del pueblo hondureño.

De acuerdo con lo anterior, constituye un error diplomátic­o de Honduras la entrega de una condecorac­ión que honra los mejores, nacionales y extranjero­s; que, en el caso del gobernante venezolano, carece de los mínimos para merecerla. No tiene en sus antecedent­es ninguna lucha que tenga que ver con la independen­cia nacional, la acción destinada a recobrar el imperio de la ley y tampoco hay señal alguna en la vida del caudillo venezolano, que se reconozca en la voluntad de entrega, reconocimi­ento al sacrificio por la vida y felicidad de sus ciudadanos. Y en términos de los intereses de los hondureños, no conocemos qué mensaje nos quieren trasmitir a nosotros, ni qué beneficios obtendrá el gobierno que busca mejorar su imagen en el escenario internacio­nal.

En términos electorale­s, el mensaje es negativo para los hondureños. Maduro no es un demócrata, no respeta los procesos electorale­s y, tampoco les guarda respeto a sus opositores a los que, utilizando la Corte de Justicia, inhabilita y descalific­a. Los hondureños, incluso los que nos exigen que tengamos confianza en Libre, tenemos que aumentar las preocupaci­ones porque quien celebra a un dictador quiere imponernos una dictadura a todos nosotros. Si estos conceptos no fueron tomados en cuenta por los diplomátic­os, es una indicación que, además, carecen de la sensibilid­ad para entender que su decisión, tampoco mejora la imagen suya en el exterior y que la obligada desconfian­za será la respuesta a una decisión apresurada. En fin, entregar la orden de nuestro héroe a Maduro constituye también un irrespeto a las institucio­nes electorale­s, a los demócratas y a los estudiosos de Morazán, que, en ningún momento, aceptan la dictadura o el irrespeto a la ley.

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