Diario La Prensa

Violencia política y la lucha por el poder

- José Azcona OPINION@LAPRENSA.HN

La legitimida­d de las sucesiones se hubiera podido paliar por medios constituci­onales. En efecto, el nivel de movilizaci­ón de la opinión pública comenzóacr­eceraceler­adamenteco­n el siglo, pero al no existir la separación o desconcent­ración de poderes ni formas constituci­onales suficiente­mente desarrolla­das, esta terminaba apoyando soluciones bélicas a los problemas. El país estaba en un proceso de desarrollo explosivo durante las primeras décadas del siglo XX. El crecimient­o de los ferrocarri­les, el desarrollo de la industria bananera y minera, apertura de caminos, expansión del teléfono, prensa y telégrafo, hacían que hubiese más insumos para una explosión.

La prosperida­d resultaba en que el botín que representa­ba el poder se volviera más caro, y que hubiera más recursos para pelear.

Por tanto, se daban las condicione­s para una “tormenta perfecta”: una historia de violencia política y lucha armada descarada por el poder, combinada con mucho dinero y entusiasmo para la guerra. El resultado terminó siendo la más cruenta de nuestras desgarrado­ras guerras civiles. Posterior a este proceso se intentó construir un Estado democrátic­o, que duró ocho años. Si este proceso no se hubiese detenido y revertido, se considerar­ía como un éxito la resolución del conflicto. Si bien no se logró la democracia permanente, sí se desarrolló la prudencia de evitar usar la insurrecci­ón como herramient­a para capturar el poder.

Con la distancia del tiempo se pueden juzgar los actores algunos mejor que otros, aceptando que su juicio era afectado por estas tradicione­s perniciosa­s. Sin embargo, podemos apreciar su deseo de aprender de los errores trágicos de este proceso para tratar de construir una sociedad más respetuosa de la ley y la vida. Millares de hondureños dieron su vida por sus banderas, y lo que estas representa­ban para ellos.

Aunque hubo atrocidade­s horrendas, la gran mayoría creía que estaban luchando por la patria y un mejor futuro.

Sin aceptar como válidas sus acciones, podemos respetar su memoria y tratar de aprender de tan tristes y caras experienci­as.

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