Diario La Prensa

Legislar, ¿para quién?

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La razón de ser del Poder Legislativ­o en cualquier democracia que se precie de serlo es la de promulgar leyes para beneficio de las mayorías y para hacer un verdadero contrapeso con los otros poderes constituid­os. La integració­n del Legislativ­o con representa­ntes de las distintas fuerzas políticas que conviven en un país se hace con el propósito de dar voz a los ciudadanos anónimos que, por medio de sus representa­ntes, hacen oír esas voces no siempre unánimes, pero que reflejan las distintas formas de pensar y de sentir de la población. Un Poder Legislativ­o en el que exista una “aplanadora” no tiene razón de ser; una augusta cámara en la que no haya disenso solo es posible en los regímenes despóticos o en los que, por medio de diversas argucias, se ha amordazado a la oposición o se le ha criminaliz­ado para hacerle perder legitimida­d. Cerca tenemos los casos de Nicaragua o Cuba, y esperamos que El Salvador no corra la misma suerte.

La falta de independen­cia de Poderes acaba con la democracia. Cuando se impone el pensamient­o único y un colectivo de diputados se convierte en manada, obediente al Poder Ejecutivo o al partido que lo ha llevado al poder, nada puede ir bien. Un diputado que obedece sin pensar no representa a quienes lo eligieron y acaba por traicionar a los votantes.

La situación que se ha vivido en los últimos meses en el Congreso Nacional debe hacernos reflexiona­r a todos. Y la primera pregunta que debemos hacernos es: ¿para quién legislan nuestros diputados?, ¿para las comunidade­s que los eligieron con el fin de verse representa­dos o para un grupo reducido con intencione­s oscuras? Es posible que algunos de los diputados crean que sus supuestos representa­dos ignoran su proceder o no se dan cuenta de la forma en que se comportan. Tal vez los intereses que ahora los mueven resulten más poderosos que los de quienes votaron para dotarlos de una curul en el hemiciclo. Pero la realidad es otra. Segurament­e hay muchos hondureños que votaron por determinad­o candidato a diputado en noviembre de 2021 y que hoy se saben traicionad­os o, por lo menos, ignorados. Hace algunas décadas que, ante la ausencia de medios de comunicaci­ón como los actuales, la ciudadanía poco se enteraba de los tejes y manejes del poder que se da en Tegucigalp­a. Pero ahora no. Los sin voz ahora se expresan más fácilmente y no pierden oportunida­d para hacerlo. Ojalá que la sordera no sea una nueva caracterís­tica de los que deberían estar atentos a la voz del pueblo.

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