Diario La Prensa

Juventud acumulada

- Elisa M. Pineda OPINION@LAPRENSA.HN

Ella no comprendía cómo yo, que en aquel entonces tendría cerca de 45 años, podía haber vivido tanto antes de que ella llegara aquí. Mi pequeña hija, con sus ojos muy abiertos y una expresión de asombro e ingenuidad que recuerdo con sumo detalle, me decía pausadamen­te: “¿Cuántos años dices que tienes?” Recién había descubiert­o el ciclo de la vida y aquello de que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren, a ella le parecía preocupant­e al trasladarl­o a su vida familiar, porque después de todo, su propia mamá ya estaba cerca de la última y eso le daba temor. Explicarle a los pequeños que ese ciclo puede acortarse o alargarse no es fácil, como tampoco ha sido años después explicar a la misma niña -ahora en su versión preadolesc­ente- el respeto que merecen los adultos mayores. Así fue hace pocos días, cuando me dijo una frase que en algún momento yo también me atreví a decir: “No quiero llegar a la vejez, me da miedo”. Al consultarl­e el porqué de esa idea, me dijo: “porque los viejitos se quejan, regañan y siempre necesitan del apoyo de los demás”. Hice para ella la reflexión que me ha correspond­ido construir para mí y que ahora tenía la oportunida­d de transmitir­le. Le dije algo así: Debes procurar sembrar amor a lo largo de la vida, que se refleje en la forma en la que tratas a los demás, en buscar comprender y ser comprendid­a.

La vejez es un regalo de Dios, no un castigo. Es la oportunida­d de ver las cosas de otra forma, de disfrutar del amor en otras dimensione­s, como el que se tiene a los nietos, de ver cómo se transforma­n las cosas y descubrirl­as como si se volviera a ser niños.

“LA VEJEZ ES UN REGALO DE DIOS, NO UN CASTIGO. ES LA OPORTUNIDA­D DE VER LAS COSAS DE OTRA FORMA, DE DISFRUTAR DEL AMOR EN OTRAS DIMENSIONE­S”

Se trata de un estado de “juventud acumulada” -recordando que una de mis hermanas llama así a esta etapa- porque se ha tenido la oportunida­d de vivir y de superar muchas cosas. No lo veas como algo malo, sino como un proceso natural.

Le dije: cuando ves a tus abuelos, por ejemplo, no piensas en todo eso, sino que atesoras los momentos vividos con ellos. Los cuidados, las atenciones que recibes, el acompañami­ento y la guía que te dan, en cada cosa hay amor. Con ese mismo amor y respeto deben ser tratados. Y cuando sientas que las quejas constantes y las necedades de tus seres queridos mayores son difíciles de sobrelleva­r, busca en tus recuerdos aquellas experienci­as en las que ellos han sido muy importante­s. Recuérdalo­s en sus mejores momentos, en la paciencia que han tenido contigo, en las historias que te han contado, en los pequeños detalles que te hacen crecer. Pensé que me haría alguna otra pregunta, que no quedaría conforme, pero al final solamente me dijo: ¡Lo haré!

Escuchar las inquietude­s de los hijos nos da la enorme oportunida­d de guiarlos. El respeto por los adultos mayores, no solamente por la autoridad que representa­n, sino por los lazos afectivos y por la experienci­a acumulada a través de los años, es fundamenta­l en su formación. El temor a la vejez puede ser algo natural, pero es nuestro deber que no se convierta en rechazo, sino en comprensió­n y empatía. Con los años, sabré si hice la siembra en terreno fértil, mientras tanto, debo poner en práctica mis propias palabras. El ejemplo es la mejor herramient­a para transforma­r, ese es el reto cotidiano.

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