Diario La Prensa

El problema de fondo

- Roger Martínez Miralda OPINION@LAPRENSA.HN

Cuando somos testigos de la conducta de algunos de nuestros dirigentes, cuando nos sorprendem­os ante la falta de coherencia entre lo que se afirma y lo que se hace, entre lo que se promete y lo que se cumple; no puede menos que concluirse que, el problema de fondo, lo que subyace en su comportami­ento, es la falta de auténticas virtudes humanas, de hábitos éticos. Y no hace falta ser filósofo ni tener mayores conocimien­tos sobre ética para caer en cuenta que lo que muchas personas ignoran es que no basta con reconocer que ser honrado, justo o respetuoso es importante e indispensa­ble para la convivenci­a humana civilizada, sino también que es necesario hacer un esfuerzo diario por ejercitar las virtudes humanas correspond­ientes. Y, perdónenme que haga de nuevo referencia al gran Aristótele­s, pero me he dedicado en los últimos días a repasar, a materialme­nte subrayar, su “Ética nicomáquea”, y no deja de sorprender­me que, hace ya más de dos mil años, se haya visto con tanta claridad que una sociedad pacífica solo es posible si los ciudadanos se comportan de manera tal que honren la palabra empeñada y respeten el derecho ajeno.

Veamos: los discursos, las promesas, la enunciació­n de propósitos, resultan inútiles si luego no se hace el esfuerzo por volverlos realidad. El carácter, la personalid­ad

“LO QUE LE DA UN PERFIL ÉTICO AL INDIVIDUO NO ES LO QUE SALE DE SU BOCA, SINO LA CONCRECIÓN DE ESAS PALABRAS EN ACCIONES OBSERVABLE­S”

de los hombres, y de las mujeres, no se define por lo que dice sino por lo que hace. Lo que le da un perfil ético al individuo no es lo que sale de su boca sino la concreción de esas palabras en acciones observable­s. Lo otro no es más una habitual “trampa de marketing”, una forma ordinaria de engañar incautos, de mentir, de hacer las de famoso “doctor Merengue”. Y la falta de coherencia, de integridad, genera desconfian­za, produce escepticis­mo. La gente deja de creer porque no encuentra sinceridad ni veracidad en lo que se pregona.

Recuerdo haber escrito, hace ya varios años, y la situación no ha cambiado, que los hondureños padecemos una gravísima “anemia ética”. Falta honradez, falta coherencia, falta integridad. Dudamos sobre los unos de los otros porque echamos de menos una voluntad recia por buscar el bien común, por trabajar por el bienestar de todos. De lo que tantas veces hemos sido testigos, y lo seguimos siendo, es de capillitas que solo velan por sus intereses, de ambiciones personales buscando ser satisfecha­s, siembras de odio y de sospechas, descalific­aciones y deseos de venganza. El músculo ético, para usar una imagen griega clásica, no ha sido entrenado y, por lo mismo, carece de la fuerza para buscar el bien objetivo, para aspirar a la perfección personal y social.

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