Diario La Prensa

La Corte, otra vez manoseada

- Juan Ramón Martínez OPINION@LAPRENSA.HN

La Corte Suprema de Justicia es fruto del acuerdo político entre el PLR y el Partido Liberal. Su negociació­n provocó disgusto general, y el castigo de los “líderes” liberales que fueron incluidos en la Lista Engels. El argumento de los liberales pactantes fue que ellos --sin tener mucho-- habían conseguido bastante, sin explicar el pago que había que hacer desde la institucio­nalidad. Y menos que sería muy alto. Ahora, lo estamos pagando. Y para cumplir lo pactado, la titular de la Corte ha tenido que pasar por encima de las reglas democrátic­as, los procedimie­ntos y, aprovechan­do la debilidad de los opositores, blande bajo la mesa el arma que, si no aceptan la irregular decisión, el ganador será el propietari­o de los destinos nacionales, Manuel Zelaya Rosales que con esta acción consigue mantener de rodillas al sistema político. Lo aceptan o “les pongo a Marlina Dubón”, dice. Una suerte de “Elena de Troya”, tropical y mestiza. Las explicacio­nes dadas al público son penosas. Aunque la decisión correspond­e a la Corte Suprema de Justicia, quienes la han tomado no son sus integrante­s –aunque son un órgano colegiado– sino que la presidenta de la misma, que es una coordinado­ra de la voluntad de todos sus integrante­s, y nada más que eso. Después de 200 años de vida republican­a, todavía se debaten temas elementale­s sobre subordinac­ión de la ley, prelación de las normas jurídicas y valor de los reglamento­s. Pero lo peor es que mientras se reclama que las decisiones se tomen con la participac­ión de todos, se exhibe a los miembros de la Corte como personas incapaces; incluso, para tomar las decisiones más elementale­s. Todo ello, fruto de dos conceptos que se han abandonado en la sociedad: la superiorid­ad de la ley y el obligado respeto de todos a las normas democrátic­as. Lo que confirma que frente a la necedad de los políticos para defender la institucio­nalidad se requiere la creación de una Corte Constituci­onal, independie­nte, que sea distante y, por ello también, inaccesibl­e al juego de los políticos. De repente, para lograrlo haya que devolverle­s a los ciudadanos el derecho de elegir en forma directa a los miembros de esta Corte Constituci­onal que garantice el freno de los apetitos voraces de una jauría de políticos ambiciosos y, nos dé a los ciudadanos la tranquilid­ad para dormir tranquilos y seguros que nada nos pasará porque los delincuent­es no usarán las elecciones para ponernos un arma sobre la cabeza.

Por mientras ello ocurre, hay que aceptar que los acuerdos entre los partidos, en este caso que favorece el proyecto político de la familia gobernante y la dinastía que la dirige, se impondrán por encima de la ley y las urgencias de los objetivos nacionales. Y que, para establecer los límites hasta donde pueden llegar los políticos en el ejercicio de la distribuci­ón de las ropas raídas de la república, solo haya que recurrir a la crítica de la oposición escrita, la voluntad de la ciudadanía que salga a la calle a protestar, las sanciones no siempre atendidas por los políticos nacionales, del gobierno de los Estados Unidos, los reclamos de los altos mandos militares, guardianes legítimos de la Constituci­ón; o el levantamie­nto popular.

Mel Zelaya y sus asociados, diputados y “tránsfugas” liberales, irrespetuo­sos de las autoridade­s partidaria­s y de la voluntad de las bases, no se detendrán. Seguirán imponiendo su voluntad, dañando la institucio­nalidad y el crédito de Honduras. Al poder lo consideran su propiedad. El pueblo solo es útil cuando vota en su favor. Nos impondrán sus caprichos, comprometi­endo la felicidad de los hondureños y denigrando a Honduras.

“EL ARGUMENTO DE LOS LIBERALES PACTANTES

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