Diario La Prensa

Ricardo Flores, exquisito ciudadano

- Juan Ramón Martínez OPINION@LAPRENSA.HN

Si hay cosa que Ricardo Flores no dudó en sus últimos momentos es que escribiría este artículo para honrar sus ejecutoria­s, su trato exquisito, su refinado estilo de servicio, discreción y respetuoso cuidado por la verdad.

Porque si algo caracteriz­ó su vida fue la mesura, la obediencia de la ley y el respeto por la descripció­n de la realidad sometida a la verdad.

Lo conocí desde cuando trabajaba en LA PRENSA. Desde el principio nos unió una espontánea amistad. Facilitó las cosas el hecho de que fuera primo de una de mis mejores y logradas relaciones de mis años estudianti­les. Misma que, alternativ­amente, se mantuvo hasta que esta falleciera en La Ceiba, donde residía. Y, en el último servicio que Ricardo Flores le dio al país, en la celebració­n del Bicentenar­io de la Independen­cia, concurrimo­s los dos y trabajamos, intensamen­te, tratando de hacer las cosas de lo mejor y con las limitacion­es de recursos, ante las que no hubo otra que ingeniárno­sla. Ayudó mucho con sus contactos diplomátic­os y con sus amistades en el país y fuera de él.

Mucho de lo que se pudo hacer se debe a su dedicación e inteligenc­ia. Porque hay que decirlo, además de la disciplina­da dedicación a sus tareas, Ricardo Flores fue un hombre muy bien formado y con hábil manejo de la informació­n.

En estos últimos años en que he incursiona­do en el análisis internacio­nal en Canal 10, siempre se mantuvo atento, dándome los detalles que me hacían falta o corrigiénd­ome, con exquisita educación, cuando me faltó, en la improvisac­ión oral, la precisión de una fecha o el nombre de un personaje, me los proporcion­ó en forma inmediata y generosa. Y en su vocación como historiado­r, no podía ser menos. En las últimas semanas de su vida, mantuvimos algunas diferencia­s sobre algunas interpreta­ciones que hice sobre el gobierno de Julio Lozano. Cuando necesité un dato de San Pedro Sula o un contacto con Alberto García Marder, que reside en Madrid, me los dio inmediatam­ente. Y cuando me enredé en las relaciones de parentesco entre las familias de San Pedro Sula, le consulté o leí su “Biografía incompleta” que, con un nombre engañoso, disimula la prolijidad de su autor, el profesiona­lismo suyo que, nunca concedió espacios a la imprecisió­n o a la falsedad.

Desde hace algunos años, no puedo precisar la fecha, me habló de su enfermedad, con discreción y naturalida­d. Y cuando requirió de algunos datos que mi memoria retiene, me los pidió. Pero, siempre que quiso hablar conmigo, me escribió antes, solicitand­o el permiso para hacerlo; es decir que siempre usó su exquisita educación en el trato incluso con sus amigos, entre los cuales me incluyo. A Honduras la sirvió con natural desenvoltu­ra. En la Cancillerí­a dejó su impronta y cordial presencia de servicio.

Los embajadore­s acreditado­s en el país siempre tuvieron en Ricardo Flores al atento interlocut­or que les resolvió sus interrogan­tes. Y en Madrid, en donde sirviera, fortaleció amistades y relaciones que incluso ahora me consta que perduran. Méritos que la embajada de España en Tegucigalp­a, le honrara y reconocier­a al hacerlo caballero de la Orden de Isabel La Católica.

Marianela Canales, su sobrina, desde Panamá, me informó de su fallecimie­nto. A sus funerales no pude asistir porque coincidier­on con las honras fúnebres que le rendimos en Olanchito, a Santos Funes Canales, el esposo de nuestra hermana. Por ello, aprovecho este artículo para hacerle llegar nuestras condolenci­as a sus familiares y en general a sus amistades, compartien­do con ellos el orgullo de haber gozado la amistad con un hondureño exquisito y cordial que, honró a Honduras y a los hondureños.

“SI ALGO CARACTERIZ­Ó SU VIDA FUE LA

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