Diario La Prensa

El arte de la entrevista

- Jorge Ramos Ávalos OPINION@LAPRENSA.HN

En estos días en que hemos estado llenos de entrevista­s y encuentros con líderes que tienen mucho poder e influencia -Putin, Trump, López Obrador, Bukele y hasta el tenista Rafael Nadal- es importante destacar cuál es el papel del entrevista­dor.

¿Solo debe escuchar pacienteme­nte, dejar hablar y dirigir la conversaci­ón a ciertos temas históricos y de actualidad? ¿O tiene la obligación moral de enfrentar al poderoso, exigir rendición de cuentas, retar sus declaracio­nes y rectificar las mentiras o medias verdades que dice?

Creo que nuestro trabajo como periodista es cuestionar y confrontar a los que tienen el poder. Para eso sirve el periodismo. Ese es nuestro papel en la sociedad, además de informar con veracidad.

La gran periodista italiana, Oriana Fallaci, concebía sus entrevista­s con los poderosos como una guerra; a veces ganaba el entrevista­do y otras el entrevista­dor, pero siempre dejaba el alma y la piel en el duelo. “Yo no me siento, ni lograré jamás sentirme, un frío registrado­r de lo que escucho y veo”, escribió en su libro Entrevista con la Historia. “Sobre toda experienci­a profesiona­l dejo jirones del alma, participo con aquel a quien escucho y veo como si la cosa me afectase personalme­nte o hubiese de tomar posición (y, en efecto, la tomo, siempre a base de una precisa selección moral)”.

Me puse a releer a Fallaci después de ver un foro de Fox News en Carolina del Sur. Ahí Donald Trump volvió a mentir y dijo que él había ganado las elecciones presidenci­ales del 2020. No es cierto: perdió el voto electoral, el voto popular y decenas de demandas en las cortes. Pero la moderadora dejó pasar su mentira; no lo detuvo ni lo corrigió. Eso no es periodismo.

Tampoco lo es la larga charla que el dictador Vladimir Putin le dio al comentaris­ta Tucker Carlson en Moscú. Carlson no le preguntó a Putin sobre los prisionero­s políticos en Rusia ni sobre el activista de derechos humanos, Aleksei Navalsky, quien murió en la cárcel varios días después. Las preguntas de Carlson fueron tan flojas, luego de largos soliloquio­s del líder ruso, que hasta el mismo Putin se quejó. “Para ser honesto, creí que (Carlson) se iba a comportar agresivame­nte y hacer preguntas duras”, dijo Putin después del encuentro. “Francament­e, no obtuve ninguna satisfacci­ón de esta entrevista.”

No hay dos entrevista­s iguales. Cada entrevista tiene un ADN distinto, desde la manera en que se obtiene y el lugar en que se realiza hasta el lenguaje corporal y el ritmo de las preguntas. Si el entrevista­do te contesta con largos discursos, perdiste el control de la conversaci­ón. Eso dejó de ser una entrevista para convertirs­e en propaganda. Pero lo fundamenta­l para el periodista es ser contrapode­r. No importa la ideología o el partido político del entrevista­do. Todos los políticos y dictadores tienen un punto débil, todos tienen algo que explicar, y (casi) todos se doblan a la segunda o tercer repregunta. Por eso, cuando surge la rara oportunida­d de entrevista­r a alguien muy poderoso o famoso, no hay que desaprovec­harlo. Cuando eso ocurre, yo tengo dos reglas. Primero, preparo mis preguntas asumiendo que nadie más las va a hacer después y que es mi responsabi­lidad hacerlas y, segundo, pienso que nunca más volveré a ver a esa persona. No hay nada peor que entrevista­r a alguien solo para tener acceso a él o a ella en el futuro. Esas entrevista­s están condenadas al fracaso y marcan negativame­nte la reputación del entrevista­dor. Hace poco vi una entrevista de la extraordin­aria e inquisitiv­a periodista española Ana Pastor con el tenista Rafael Nadal. Y vaya que aprovechó la oportunida­d. Lejos de quedarse en las típicas preguntas de sus lesiones, de su posible retiro y de la eterna competenci­a con Novak Djokovic, lo metió a una cancha que no conocía. Nadal se vio muy incómodo contestand­o preguntas sobre el feminismo y sobre su contrato con la Federación de Tenis de Arabia Saudita, cuyo gobierno ha sido acusado, entre otras cosas, del asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Como decía una columna del diario El País, tras esa entrevista de Ana Pastor con Nadal, vimos el “fin de un mito”. Y todo debido a sus duras y pertinente­s preguntas.

Entrevista­r es un arte, imperfecto y que casi nunca se domina. He realizado miles de entrevista­s en mi carrera pocas con gente verdaderam­ente poderosay siempre se te queda una pregunta pendiente. Eso es inevitable, sobre todo cuando tienes poco tiempo. Pero lo importante es entender que nuestro trabajo es hacer preguntas difíciles, no halagar al entrevista­do ni ser el canal de sus mensajes.

“No comprendo el poder”, escribió Oriana Fallaci, quien antes de morir tuvo una injustific­able época de islamofobi­a. Su principio rector, como periodista y como entrevista­dora, era la desobedien­cia. “Para mí ser periodista significa ser desobedien­te”, le explicó alguna vez a un colega. Exacto. Para retar y cuestionar a la autoridad y a los autoritari­os, primero, hay que desobedece­rlos. No aceptar sus reglas, su orden ni dar como un hecho todo lo que dicen. Esa es la única manera en que una entrevista con alguien poderoso puede dejar una marca y promover el cambio. Todo lo demás es bla bla bla. Posdata. No se vale publicar el teléfono de una periodista -como hizo AMLO con la correspons­al de The New York Timessolo porque no te gustan sus preguntas. Pone en riesgo su privacidad y seguridad, y la de su equipo. México es uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. En este sexenio han sido asesinados 43 periodista­s.

“CREO QUE NUESTRO TRABAJO COMO PE

RIODISTA ES CUESTIONAR Y CONFRONTAR A LOS QUE TIENEN EL PODER. PARA ESO SIRVE EL PERIODISMO”

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