Diario La Prensa

Conocer y obedecer

- Salomón Melgares Jr. REFLEXIONY­CAMBIO@YAHOO.COM

En la ciudad donde vivo existen varias plagas: los zancudos, las hormigas (que parece que se teletransp­ortan), los guecos, el comején, las arañas, las cucarachas, los ratones e, incluso, los gatos. Pero la más dañina de todas, la más perjudicia­l y nociva es el ser humano. “Prohibido botar basura en este lugar”, decían tres letreros enfrente de un local comercial. Y, precisamen­te, tres cúmulos de basura es lo que puede apreciarse ahí cada día, uno enfrente de cada letrero. Es como si en vez de “prohibido” dijera “permitido”.

Como todos sabemos, el animal se guía por el instinto; es decir, por un conjunto de pautas de reacción que le permiten cumplir objetivos determinad­os. Pero, el ser humano lo hace por el razonamien­to y la voluntad; es decir, puede pensar y reflexiona­r. Cuenta con sentido común y con una facultad de decidir y ordenar la propia conducta (sabe distinguir entre lo bueno y lo malo). Esto es lo más triste y lamentable, querido lector, porque en la realidad no se nota la diferencia. Un versículo famoso de la Biblia es el que está en Proverbios y que habla de la sabiduría y el temor a Dios. La versión Traducción en Lenguaje Actual lo plantea de esta manera: “Todo el que quiera ser sabio que comience por obedecer a Dios; conocer al Dios santo es dar muestras de inteligenc­ia” (9:10). Estas palabras nos sitúan a todos ante una pregunta definitiva: ¿Es el desconocim­iento de Dios y la osadía que se muestra con respecto a su ley el quid de la similitud anterior? Creo que sí. Ahí está la esencia que puede explicar por qué el ser humano se está pareciendo cada vez más a los animales. Por eso tiene vigencia esto: “No hay que confundir nunca el conocimien­to con la sabiduría. El primero nos sirve para ganarnos la vida; la sabiduría (esto es, conocer a Dios y obedecerlo) nos ayuda a vivirla”.

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