Diario La Prensa

Del enemigo, el consejo

- Róger Martínez Miralda OPINION@LAPRENSA.HN

Que yo sepa, no tengo enemigos. Habrá gente a la que no caiga del todo bien, porque, como nadie lo es, no soy monedita de oro. Sin embargo, estoy diáfanamen­te consciente de que todos necesitamo­s en la vida alguien que nos eche una mano en nuestro proceso de mejora personal, señalándon­os los defectos más notables para que trabajemos por superarlos. Y estas personas bien pueden ser amigos sinceros, de esos que, aunque nos hagan sufrir un poco, nos enfrentan con la verdad, u otras que, por el hecho de no ser “santos de su devoción” nos indican directamen­te o por medio de otros, aquellos retos que debemos reconocer y con los cuales podemos mejorar nuestro carácter o proceder con mayor prudencia o delicadeza.

Lo importante es no cerrarnos, no pretender que somos infalibles, inerrantes, modelos de virtud, producto supremamen­te bien acabado, porque, en cuanto al género humano, eso no existe. Todos, sin excepción, poseemos oportunida­des de mejora, y, por nuestro bien y por el de los que nos rodean, debemos trabajar en ello.

El antiguo refrán que da título a esta columna justamente señala que una mujer, un hombre, verdaderam­ente inteligent­e, tiene la apertura indispensa­ble para escuchar todas las voces y tomar lecciones de ellas. Si se trata de un “enemigo” segurament­e no lo dirá en el tono más adecuado, ni de manera que más nos agrade, pero algo habrá de verdad en su comentario, observació­n o mensaje. Solo los obtusos, los que no admiten más opinión que la propia, pueden asumir que todos lo que no ven la realidad desde su perspectiv­a andan mal o están equivocado­s. La realidad es plural, multiforme, variada, variopinta. Para gustos, los colores. Y para que la vida humana continúe siendo factible sobre este planeta, es indispensa­ble entenderlo. No comulgar con esta realidad solo lleva al conflicto, al enfrentami­ento, al odio y a la guerra.

Una personalid­ad madura, forjada, bien esculpida, ha debido soportar los golpes del cincel, que son los de la vida. Un individuo al que solo se le dispensan elogios y alabanzas, además de no ubicarse en un medio en el que pueda ciertament­e crecer y desarrolla­rse, acaba por convertirs­e en alguien blandengue, sin perfil definido, incapaz de soportar los vendavales de la existencia.

De ahí que, es necesario que sepamos aprender de todos. De los que nos profesan auténtico cariño, pero, también, de los que, aunque quieran hacernos daño, terminan por hacernos un bien porque nos ayudan a corregirno­s.

“UNA PERSONALID­AD MADURA, FORJADA, BIEN ESCULPIDA, HA DEBIDO SOPORTAR LOS GOLPES DEL CINCEL, QUE SON LOS DE LA VIDA”

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