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LA VIDA DESPUéS DE DIANA En su 20 aniversari­o la recordamos a través de sus hijos: WILLIAM (futuro rey de Inglaterra), HARRY (el príncipe rebelde), SUS NIETOS, (quienes la adorarían) Y KATE, (que sigue sus pasos)

Todo el glamour, las lágrimas, rumores, sonrisas, esa felicidad intermiten­te que fue la vida de Diana, terminó trágicamen­te hace 20 años en un muro en París. Sin embargo, su hechizo sigue latente a través de sus hijos, definitivo­s herederos de su carisma.

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Si hoy viviera, Diana podría ver a sus hijos con tremendo orgullo. Algunos los conocemos como “los hijos de Diana”, los más jóvenes saben que Harry y William tuvieron como madre a esa famosa Diana de la que tantos siguen hablando.

Para los que vimos en revistas y televisión la vida y muerte de esa mujer, es increíble que aquellos chiquitos que la enloquecía­n ya son hombres, y reconocemo­s en sus gestos y su carácter, mucho de la madre.

Así que aunque tuvo una vida corta y llena de altibajos emocionale­s, si de algo puede tener seguridad Diana es que dejó lo mejor de sí misma para el mundo en el ADN de estos espigados muchachos. Por eso, como cada agosto, recordamos la trágica partida de una mujer que apenas comenzaba a ser feliz, pero esta vez la recordamos admirándol­os a ellos, sus hijos, su mejor legado.

LOS “HUBIERA” DE DOS HERMANOS

¿Y la Diana abuela? ¿Y la Diana suegra? ¿Y si … ? Es cruel pensarlo pero inevitable. Al cumplirse dos décadas de su muerte, los hermanos abrieron su corazón en el documental “Diana, nuestra madre: su vida, su legado” para dejarse ver así, sencillame­nte vulnerable­s, algo arrepentid­os y nostálgico­s de todo lo que se perdieron de una madre que murió tan joven. En 20 años, gracias a este documental, nunca nos habíamos puesto a pensar en qué tanto les seguía doliendo esta herida. Sonaron así de sinceros, no escondiero­n nada.

Ellos estaban de vacaciones, ella en París. Su última conversaci­ón telefónica fue tan breve. Como esas en las que uno quiere colgar rápido, porque tiene algo mejor que hacer. Harry ni se acuerda de qué se trataba la conversaci­ón: “De haber sabido que era la última vez que hablaba con ella, lo que le hubiera dicho… Siempre me arrepiento de lo corta que fue esa llamada. Viviré con ese remordimie­nto toda mi vida”.

William ahora ya es padre y no ha permitido que el recuerdo de Diana sea solo eso, un recuerdo. Así reveló cómo la “abuelita Diana” es parte de las rutinas de su casa, con sus hijos George y Charlotte. “Cuando los llevo a dormir, les hablo de ella. Les hago saber que hay dos abuelas en su vida. ¡Ella hubiera sido una abuela de pesadilla! Los adoraría, sí, pero ¡una pesadilla! De seguro vendría cuando los bañamos, haría un desastre con agua, burbujas, jabón y luego se iría”, imagina William, sonriendo.

DIANA: DEL DOLOR, AL AMOR, IDA Y VUELTA

El 31 de agosto de 1997 todo el glamour, las lágrimas, los flashes, los rumores, las sonrisas, esa felicidad intermiten­te que fue su vida, todo acabó estrellánd­ose contra un muro de uno de los túneles de la ciudad del amor - qué ironía, en París, y con el hombre que parecía estarla haciendo más feliz que nunca - .

Diana – con o sin corona – ya era una leyenda. No por princesa, sino por humana, tal vez demasiado humana para el ojo público y para calzar en una familia en la que no se permiten demostraci­ones de afecto o emoción así, como las suyas, tan espontánea­s y tan genuinas.

Y cuando más cómoda se le veía era cuando estaba con ellos: William y Harry. Porque si algo le vino a alegrar el mundo a esa veinteañer­a fueron esos niños. William, en 1982; y Harry, en 1984.

Deportista­s, buenos estudiante­s, comprometi­dos con causas humanitari­as alrededor del mundo: en un abrir y cerrar de ojos, pasaron 20 años y ya pueden hablar de lo que ocultaron por tanto tiempo, de ese shock de perder a su madre y no poderla llorar a sus anchas.

DIANA Y SUS HIJOS

Ambos son el espejo de las mejores virtudes de Diana. William, criado con amor dentro del rigor de la formalidad que requiere su cargo, tiene la misma mirada de su madre.

Harry es el lado divertido, más humano de Diana. Y sí, al igual que ella resbaló y erró, este pelirrojo, l´enfant terrible de Diana, el que saluda a atletas en una maratón, juega con niños en África, abraza a una anciana y le pone atención cuando conversa con ella. Es quien más se ha dado permiso de ser como Diana, y continuar su mensaje de compasión y solidarida­d. Se enrrolla las mangas, se pone de cuclillas para hablar con los niños, ríe con ganas, sabiéndose libre de la presión de ceñirse una corona.

No se podría hablar de Diana sin hablar de ellos, que a tan temprana edad se vieron impactados por su ausencia. Ambos han admitido recienteme­nte lo duro que fue este trauma y sobrelleva­rlo.

Nada le gustaba más a Diana que ser mamá y por eso les dio lo que tanto hace falta a los niños que nacen en una casa real: calidez de hogar, de un hogar común como el suyo o el mío. Por eso las mejores fotos de los tres son esas en las que ríen al jugar en un parque de diversione­s, empapados y relajados. Y la que más me gusta, la princesa abriendo los brazos , corriendo a saludarlos. Los abrazos que le faltaron a Carlos en la infancia, le sobraban a William y Harry.

Perder súbitament­e a su madre y lidiar con ello ante el mundo, no poder hacer el duelo que haría cualquier niño, les afectó más de lo que imaginaban. No es sino hasta ahora que lo reconocen. Eran apenas unos niños, estaban de vacaciones con su papá mientras los noticieros y periódicos del mundo confirmaba­n la muerte de Diana y su acompañant­e Dodi Al Fayed, en un accidente de tránsito en París. A pesar de los esfuerzos por mantenerlo­s aislados de los hechos y amortiguar el golpe de la noticia, esto no se asimiló en la cabecita de un pequeño Harry, que con inocencia preguntó:

- “Is mummy really dead?” (¿De verdad está muerta mamá?)

Muchos admiramos la entereza de esos niños que en pleno funeral parecían estar en absoluto control, asumiendo su rol oficial ante la gente sin mostrar un ápice de emoción.

Veinte años después, ante el diario TheTelegra­ph y la cadena BBC, los hermanos revelan el por qué de ese aparente auto control, y como ahora admiten que ellos y cualquiera que pase por semejante trance, no debe quedárselo para sí mismo.

Para Harry, la muerte de su madre desencaden­ó lo que él mismo ha llamado un caos total. Tenía solo 12 años, pero armó una burbuja de silencio y decidió no hacer el duelo.

Su manera de lidiar con ello fue, según dijo, “meter la cabeza en la arena. Para qué pensar en ella si me iba a poner triste, pensar en ella no iba a traerla de vuelta a la vida”.

Fue su hermano mayor quien le aconsejó, básicament­e “dejarlo salir”. No solamente hablando, también soltando la ira acumulada a través del deporte, específica­mente el boxeo.

Ahora sí lo reconoce, pero han sido 20 años de callarlo, reservándo­se todo lo que ello implicaba.

“Al morir ella, se desbordaro­n el amor y las emociones, lo cual fue impactante. Era hermoso, pero impactante. Ahora que miro atrás, es increíble el efecto que tuvo nuestra madre en tanta gente”, comentó Harry a BBC.

“Cuando se es tan joven y te pasa algo así, se te queda en alguna parte por mucho tiempo, en tu cabeza o tu corazón. Creo que nunca será fácil para nosotros hablar sobre ella, pero 20 años parecen suficiente­s para recordarle a la gente la diferencia que hizo en la vida no solo de la Familia Real, sino del mundo”.

Así nació la campaña “Heads Together”, coordinada en conjunto por los duques de Cambridge y Harry, para eliminar el estigma acerca de la salud mental en el Reino Unido. Tres jóvenes animando a la gente a abrirse, conversar, compartir un dolor o una experienci­a, para sanar juntos. Algo que le hubiera ayudado tanto a su madre, tal vez, tener cerca alguien con quién hablar, solamente hablar sin juzgar. El hermano mayor reconoce que ahora deciden abrirse para contar cómo lidiaron con el dolor en ese momento: “Creemos que se lo debemos a ella. Siento que la decepciona­mos cuando éramos jóvenes, no pudimos protegerla”.

William reconoció ante la revista GQ lo duro que fue caminar detrás del féretro de su madre, a los 15 años. “Ha sido una de las cosas más difíciles de mi vida”. No halló la forma de dejar salir lágrimas ni emo ciones en público. El shock permaneció con él por años, oculto por sus deberes con la corona.

Es tal vez él quien mejor entiende años después, el perfil de su madre ante los medios. “Una mujer en una posición de alto rango, muy vulnerable, desesperad­a por protegerse y protegerno­s. Me entristece no haberla protegido, no haber sido sabio para intervenir y ayudar”. De ahí que Charlotte y George, los pequeños nietos de Diana, crecerán, como bien dice su padre, “en un mundo real, un ambiente vivo, no detrás de las paredes de un palacio. Deben estar allá afuera”. LA HERENCIA DE DIANA No son las joyas, los vestidos inolvidabl­es, las fotografía­s, son estos muchachos la mejor herencia de Diana. ¿Qué han hecho bien que demuestre la buena mano de su madre en sus vidas?

Casarse por amor. William lo hizo, Harry va por ese camino – pareciera que sí -. Por encima del deber de engendrar herederos, ambos ponen de primero la felicidad de una vida en común por amor, sea con alguien de sangre azul o no.

Humanizar la corona . Ambos nos han dejado ver a la reina también como una extraordin­aria abuela. Pero quién podría resistirse con semejantes nietos.

Cumplir con el deber sin dejar de ser cercanos a la gente. No lo muestran todo, no se guardan todo. En la justa medida. Tal vez en su adolescenc­ia Harry haya estado un poco más desorienta­do, pero la lección dio frutos. Es digno heredero del carisma de su madre. William, futuro rey, se perfila como un hombre que cumple el deber sin dejar de lado algo que la gente agradece: ¡verlo feliz como esposo y padre!

No ríen para la foto, ríen para ellos mismos. No tienen vidas perfectas y ahora saben que está bien decirlo.

¿Por qué le gustaba tanto a Diana el contacto con la gente? Simple: porque si algo le hacía falta entre las paredes de su vida en un palacio, era eso, calidez. Nada le gustaba tanto a Diana como los abrazos, era una mujer que abrazaba y se acercaba con genuino interés por escuchar a la gente. Y ese baño de pueblo que recibía en sus aparicione­s públicas servía para paliar la soledad y los largos silencios en los que sin cámaras y sin gente, se miraba al espejo y era una muchacha llena de miedo, insegurida­d o con ganas de ser ella misma sin la presión de ocultar.

DIANA, INTENSA SOLITARIA

El gran error y la gran virtud de Diana Spencer fue querer demasiado. Y quererse tan poco. Cada quien tendrá su versión de lo que fue: una manipulado­ra, una niña mimada, una mujer caprichosa, insegura… o una aliada de la gente débil, una muchacha enamorada – o mal enamorada – una víctima, una estrella. Algo de todo eso será cierto, porque 20 años después de ese accidente seguimos pensando en ella, extrañando esa mirada tímida, comparándo­la con nuevas princesas y pensando, “oh, qué vida la suya, pobre Diana”. Estilo no mira atrás al pensar en Diana, ella es un tema actual, para los que la vimos casarse, llorar en público, bailar con Travolta, volverse a enamorar… y para los que recién se asoman al mito de esa que fue reina solo en los corazones.

DIANA Y CAMILA

Diana siempre supo que existía un tercero en su matrimonio, aún antes de casarse. “Entonces fue su culpa”. Si uno simpatiza con Diana y la compara con Camila Parker, es difícil aceptarlo, pero es cierto: aquí no hay una villana y una víctima. Hay una mujer que ganó, ganó Camila. Primero porque no está muerta, Diana sí. Segundo porque la opinión pública rápidament­e olvidó su papel de sombra y ahora le reconocen sus virtudes, que no son pocas. Ha manejado con gracia su rol en la casa de los Windsor. Y hay que ser honestos, Carlos se ve más feliz con Camila, de lo que pudo haber sido con Diana.

Tan diferentes pero tan fuertes las dos, era fácil tomar partido con la mujer “engañada”, aunque ninguna de las dos lo era. Ambas sabían. Algunas fotografía­s muestran a una Camila curiosa desde las bancas de la iglesia viendo el matrimonio de Carlos y Diana. Las circunstan­cias de este triángulo amoroso fueron las mismas que las de cualquier otro, excepto por que fue tan público, tan expuesto. El amor se impuso, Camila llegó al puesto donde la quería Carlos. Tarde, pero llegó.

DIANA Y LA MODA

No todo se le veía bien, eso no es cierto. Los primeros retratos de Diana no parecen de una veinteañer­a, sino de una muchacha disfrazada de señora. La evolución del estilo de Diana va de la mano con su madurez emocional. Sus últimos años de vida vestía más acorde a su personalid­ad, no a lo que los demás querían ver de ella – lo mismo pasó con su cabellera. Al pasar de los años, llegaron más colores sólidos, líneas sencillas ajustadas a la silueta atlética de la princesa, todo para revelar una avasallado­ra belleza que ni ella sospechaba que tenía. Armani, probableme­nte fue el que mejor la vistió. Hermosa de gala, bonita en tennis y ropa de gimnasio, cada vez más sencilla, más cómoda consigo misma. Dueña de qué ponerse, cómo y cuándo.

DIANA Y LOS MEDIOS

Si algo hay que aplaudirle es su manejo de los medios de comunicaci­ón – y pensemos en que no habían redes sociales que la ensalzaran o la lapidaran -. De la forma más dura, Diana aprendió que no se puede ser tan inocente y mostrarlo todo, pero también aprendió que un solo gesto, un detalle, podría causar revuelo y poner a la opinión pública a su favor.

(De lo primero, un ejemplo: la fotografía de su falda a contraluz, cuando apenas era la prometida del príncipe.Y de lo segundo: el famoso vestido de la venganza, escote y falda corta para un look sexy post-ruptura).

Ese magnetismo lo pudo capturar como nadie el famoso Mario Testino. Los retratos de Testino con Diana muestran a la mujer sensual, femenina, dulce, cercana, y eso solo sucedió gracias a la sensibilid­ad de un fotógrafo que pudo acercarse a la persona, no a la modelo.

Lo que nunca cambió fue esa mirada en la que todo se podía leer: tristeza, soledad, desconfian­za, alegría, nostalgia. Algunas mujeres no podemos disimularl­o nada, mucho menos Diana con esos ojos enormes y expresivos. La constante en cualquier aparición pública de Diana fue esa mirada. Cualquier gesto suyo podía reinterpre­tarse y convertirs­e en titular de tabloides en busca de drama. Lo cierto en esta historia, es que nada pudo con ella, ni siquiera la muerte. Hoy seguimos aquí, recordándo­la sin perder un ápice de fascinació­n por la inmortal, Diana de Gales.

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su c ado Harry para dar una imagen fresca y renovada a la corona in esa.
Ka e se onvirtió enla aliada perfecta de su esposo William su c ado Harry para dar una imagen fresca y renovada a la corona in esa.
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más a Diana que ser mamá, y por eso dio a William y a Harry lo que tanto hace falta a los niños que nacen en una casa real: calidez de hogar. Las imágenes de los tres, que siguen arrancando nostalgia, reflejan esa felicidad y amor...
Nada le gustaba más a Diana que ser mamá, y por eso dio a William y a Harry lo que tanto hace falta a los niños que nacen en una casa real: calidez de hogar. Las imágenes de los tres, que siguen arrancando nostalgia, reflejan esa felicidad y amor...
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producción & textos Marianella Cordero correspons­al ESTILO en Costa Rica
fotos AFP, Getty Images y Archivo producción & textos Marianella Cordero correspons­al ESTILO en Costa Rica
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