Por un Istmo más sostenible
Menores de 35 años y con emprendimientos basados en la sostenibilidad son los perfiles de estos tres innovadores que marcan tendencia en CA.
El común denominador de estos tres jóvenes es las ganas de hacer del Istmo un lugar más sostenible, en base a sus emprendimientos, apoyados en tecnologías verdes.
Esteban Bermúdez, Carla Laevicius y Joaquín Víquez fueros tres de los siete ganadores de Innovadores menores de 35 Centroamérica 2016, concedido por la revista MIT Technology Review en español. Dos ticos y una brasileña basada en Panamá apostaron por proyectos relacionados con el ambiente, un ambiente que devuelve con creces lo que hacemos por él.
Bermúdez, experto en energías renovables, trabaja desde 2014 ( junto a Bjørn Utgård, su socio en Escoia), en aprovechar el rastrojo de la piña, un problema ambiental de alto calado para el país, y están buscando que lo que hoy es un deshecho, pase a ser una serie de productos aprovechables. No por nada el nombre de este proceso es “economía circular de la piña”, aprovechando el 100 % de algo que hoy es un problema
“En vez de que sea un residuo, un desecho del proceso, buscamos que pueda ser un insumo para producir nuevos productos”, explica el joven innovador tico.
Y es que hoy la piña se enfrenta a cuestionamientos ambientales del Norte de Europa, especialmente, por el tema del residuo. Si los productores no mejoran sus
prácticas, pueden enfrentarse a que se lleguen a cerrar mercados.
No es algo para tomarse a broma: esta piña supuso en 2016 un total de US$873,5 millones en divisas en exportaciones.
En Costa Rica hay unas 50.000 hectáreas sembradas con este fruto, aproximadamente el 1 % de la superficie del territorio nacional. Anualmente produce seis millones de toneladas de residuo al año, el triple del peso de la flota vehicular del país.
Una opción sería “ya no queremos más piña en Costa Rica”, dice el joven innovador, pero por el aporte económico que tiene para el país, “más bien debemos ver cómo hacemos, así como hemos triunfado en hacer café ‘especiality’, por qué no hacerlo también con la piña”.
La idea de Bermúdez y su socio no es solo destinar ese residuo a producción de energía, sino asociarlo a la producción de biomateriales: desde biogás, pasando por fertilizantes, fibra textil, o papel.
“La idea es industrializar lo que se produzca con el residuo de la piña. Así como hay refinerías de petróleo, pueden haber biorrefinerías”, explica, siendo un concepto que se puede extrapolar hacia más deshechos,
la sostebilidad del cultivo de la piña puede poner en jaque el futuro del sector, fundamental en costa rica, bermúdez aporta soluciones
como el de la palma africana.
Este innovador lo tiene claro. Cada vez más se buscan biorrecursos. Muchas de las cosas que se hoy producen con petróleo, es posible producirlas con biomasa. “El petróleo no se utiliza solo para combustible, sino para para múltiples productos”, comenta Bermúdez, trasladando esa idea al residuo de la piña.
Escoia ha avanzado mucho, y está en negociaciones con socios nacionales e internacionales y fondos para crear este año su primera planta industrializada, en la que tratar los residuos y producir los biomateriales, con una inversión que iría de entre US$5 millones a US$10 millones.
LIMPIEZA A FONDO
La brasileña afincada en Panamá, Carla Laevicius (35 años), ha desarrollado un cóctel bacteriano personalizado para este país del Istmo que acaba con hasta el 90% de la grasa que se acumula en sus sistemas de agua residual urbana
Su empresa, Toth Research & Lab, ya está trabajando en la exportación del producto, ya que si bien el cóctel bacteriano es para Panamá, se puede replicar para otras partes del mundo. “En principio vamos a ver cómo se comportan los microorganismos panameños afuera”, explica a Laevicius a E&N.
En Panamá han trabajado desde un principio con la iniciativa privada: centros comerciales, en locales dispendio comida, con muy buenos resultados. Alta Plaza Mall, es su principal cliente.
El producto, BioThoth, se inocula en las trampas de grasa de restaurantes, supermercados y zonas residenciales, para el tratamiento de sus aguas residuales.
Antes de hacerse con el producto, los locales tenían que vaciar la grasa acumulada cada quince días, después de aplicarlo, quedaron sin necesidad de limpieza por año y medio
“La industria ahora nos está buscando, porque hay muchas empresas con problemas de grasas”, explica Laevicius. Además, hay que tomar en cuenta que el cliente no es el único, sino todo el sistema de saneamiento de aguas colectivo, o lo que es lo mismo, toda la ciudadanía.
En este momento están trabajando para llegar al sector público. A finales de 2016, firmaron un convenio con el municipio de Panamá. “La iniciativa pública quiere probar antes de comprar cualquier cosa. La iniciativa privada responde más rápido”.
Laevicius apunta que el premio del MIT le está generando una red de contactos que busca juntar esas innovaciones del mundo entero para logras soluciones para desafíos globales. “El premio busca que los innovadores no se queden aislados y encuentren un apoyo y un reconocimiento. Se crea un ecosistema de innovadores”.
ENERGÍA MUY LIMPIA
LAS TRES INICIATIVAS TIENE ALGO EN COMÚN, ADEMÁS DEL AMBIENTE: SON 100 % EXPORTABLES
El costarricense Joaquín Víquez (30 años) proviene de una familia de campo “de toda la vida”, por lo que lidiar con el ganado desde pequeño le inspiró para ser Ingeniero Agrónomo. Antes de decidirse por esa carrera, ya en el colegio hizo un proyecto de biodigestores. Precisamente con un biodigestor personalizable para diversas escalas, que convierte los excrementos del ganado en biogás para ser reutilizado por el granjero, Víquez obtuvo uno de los reconocimientos del MIT.
La tecnología aplicada tiene más de 100 años de existir, “pero el concepto del biodigestor en Costa Rica era artesanal, con plásticos, tuberías… Creamos un producto y se comercializa como tal”.
Los productos y sus precios dependen del tamaño de la finca. Van desde los 350.000 colones (algo menos de US$650), hasta US$20.000; si bien los rangos normales son desde esos 350.000 colones, hasta los 5 millones de colones (unos US$9.200).
Cuentan con programa piloto de financiamiento
crowdfunding en la plataforma Kiva.
Los biodigestores tienen una doble vertiente, beneficios ambientales y económicos.
Por el lado ambiental está el tratamiento de residuos (el estiércol pasa a ser fertilizante), disminución de emisiones de Gases de Efecto Invernadero, disminución de malos olores (porcino); ciclaje de nutrientes (lecherías)…
Con los 250 biodigestores que han instalado hasta el momento, han evitado la emisión de 3.000 Tm de CO2 por año, “como si tuviéramos 750 hectáreas de bosque primario y los protegiéramos”, cuenta Víquez.
En la parte económica, aporta a las granjas ahorro de energía, y reducción de denuncias por malos olores. Por ejemplo, las granjas de cerdos usan biogás para calentar lechones y fincas lecheras para mover equipos de ordeño.
El ahorro es muy variable, va del 20 % al 60 % de ahorro en factura energética con el uso de biogás como reemplazo