Indiferencia de las élites
Los gobiernos, los políticos y las élites de la región hemos contribuido, por acción o por omisión a la condición de anarquía moral e indiferencia pública, que considero síntomas peligrosos y obstáculos insalvables para construir democracias de instituciones y Estado de Derecho. Somos sociedades sitiadas por la incompetencia de los políticos, agraviadas por la corrupción pública y cansadas de la impunidad.
Quienes nos han gobernado, con la complicidad activa o pasiva de las élites, han devaluado la política a una profesión sucia y mediocre que impide la consolidación de repúblicas funcionales y efectivas, de poderes independientes respetables y respetados.
Los nacionalismos y el populismo, de izquierda o de derecha, son doctrinas reaccionarias, anti históricas y enemigas del progreso, la democracia y la libertad. Son el disfraz predilecto de los corruptos.
Se pueden permitir todas las vergüenzas y mentiras que hagan falta. A quién le importa la verdad cuando de lo que se trata es de ganar una elección.
Estas doctrinas trasnochadas y oportunistas aparecen cuando la ilusión por la democracia y por el futuro se debilita, cuando la verdad y la mentira se confunden en los discursos políticos y cuando las élites se engañan a sí mismas, creyendo que todo está bien, porque ellos están bien.
Cuando la democracia es rechazada por los ciudadanos a causa de la corrupción de sus políticos, los pueblos se entregan en los brazos de déspotas y tiranos.
Del nazismo al chavismo se han destruido millones de vidas, haciendas y esperanzas. Y la amenaza continúa.
La historia nos enseña que la sabiduría de los pueblos llega casi siempre post mortem.
En Guatemala, a partir de 2015, tras la implosión del gobierno, todo el país celebró; en la medida en que se fueron tocando intereses en otros grupos y sectores de la sociedad, la lucha contra la corrupción ya no gustó tanto; y se dividieron grupos, gremios, sectores y familias.
Cuando en Guatemala se pusieron las cartas sobre la mesa en 2015, los primeros que cayeron fueron los corruptos de la política que estaban en el gobierno; aquellos que se pintaron de derecha para llegar al poder.
Los políticos que se han pintado de izquierda, igual o más corruptos e incompetentes que los otros, tuvieron la ventaja de que los fraudes y el saqueo los cometieron años atrás y esto les dio más tiempo para enredar y esconder evidencias. Pero hoy, vemos que les está llegando su día en la corte.
La corrupción no tiene ideología. Es corrupción. Y no debe quedar impune.
En aquellos días de 2015, cuando nacía un nuevo espíritu cívico en la sociedad guatemalteca, el entusiasmo fue tan grande que hasta el sector empresarial elaboró y publicó su Protocolo de Ética e Integridad Empresarial.
Creo que la moral demostrada vale más que la moral predicada; y creo también que no conviene elaborar códigos éticos de prisa para justificar un momento, si no se está dispuesto a practicar con rigor la conducta que decimos profesar.
Legitimar dictadores, tener posiciones ambiguas en momentos de crisis, no ver el momento de la historia que vive la región y tener en la mira las próximas elecciones en lugar de la próxima generación de ciudadanos, nos hace ver mal a los empresarios.
La miopía es tan fuerte que no vemos la mirada del occidente desarrollado. Ellos no expresan lo que sienten de la élite económica de la región, pero piensan que nuestra superficialidad es brutal, nuestro egoísmo evidente y nuestra indiferencia lamentable. Será porque los esfuerzos que hacemos en la vida cívica de nuestros países son tímidos, el ruido fuerte y los resultados pobres.
Las instituciones del empresariado regional deben tomar conciencia de su importancia en el desarrollo integral de cada país. Su responsabilidad debe ir más allá del negocio. Su compromiso es indispensable en los temas de Estado
Quienes nos han gobernado, con la complicidad activa o pasiva de las élites, han devaluado la política a una profesión sucia y mediocre