Cecilia Córdoba
Desde que asumió por segunda vez la presidencia de Nicaragua, 11 años atrás, Daniel Ortega se ocupó de instaurar progresivamente un régimen de carácter autoritario, sembrado de nepotismo y cimentado tanto en la sistemática eliminación de los contrapesos democráticos como en alianzas con sectores clave de la sociedad civil. Además, procuró un alineamiento total con Venezuela, lo que se tradujo en financiamiento fresco.
El comandante ya había sido presidente luego del triunfo de la revolución sandinista entre 1985 y 1990, cuando perdió las elecciones generales frente a Violeta Barrios de Chamorro. En su regreso estuvo atento a desmantelar la independencia de los distintos poderes del Estado, cooptar las instituciones, perseguir a la oposición, controlar las fuerzas de seguridad e instaurar la reelección indefinida. Esta vez, no cedería tan fácilmente la presidencia.
Durante once años, a pesar de estas embestidas del gobierno, Nicaragua se mantuvo en calma. Sostuvo su imagen como país estable, a salvo de la violencia de pandillas que azotan al Triángulo Norte y mostró cifras de crecimiento económico ascendentes, con porcentajes entre el 4% y 5% del PIB en los últimos años.
El “modelo de diálogo y consenso” que el gobierno nacional articuló y que incluyó al sector empresarial a partir de la participación del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) en la toma de decisiones en diversas instancias públicas, daba resultados. Nicaragua recibía inversiones y los capitales locales apostaban por el país. Sin embargo, el crecimiento seguía basado en materias primas. Café, azúcar, ganadería, minería son las estrellas de las exportacio- nes nicas. El aparato productivo nicaragüense no se ha diversificado, no se impulsó la industrialización o la adopción de algún camino que conduzca a los sectores tecnológicos. El aporte de la maquila, si bien ha ido creciendo, es reducido en comparación con otras naciones del DR-CAFTA.
Esta argumentación esgrimía el economista chileno Andrés Velasco al indicar que, “los países de bajos ingresos que logran estabilidad macroeconómica suelen experimentar un período de crecimiento. En economías atrasadas, es fácil identificar las oportunidades de inversión. No obstante, a la larga entra en efecto la ley de rendimientos decrecientes. Una vez que se tiene la base de una economía de consumo, para sostener rendimientos altos es preciso desarrollar productos y sectores nuevos, además de penetrar en nuevos mercados”.
Finalmente, un día, el modelo se agotó. Fue en abril, cuando el gobierno intentó impulsar, unilateralmente, una reforma que bajaba las jubilaciones y aumentaba las cotizaciones del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS). Fue el detonante que encendió la protesta social liderada por estudiantes y brutalmente reprimida por el gobierno. En mayo, el COSEP se retiró de todas las posiciones que ocupaba en instituciones estatales y poderosos empresarios exigieron públicamente al presidente Daniel Ortega el cese de la represión y la convocatoria a elecciones anticipadas. El sector privado dijo basta. Una nueva Nicaragua se avecina