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¡ES ÉL! ¡ES ÉL!

- Joyce Suttin Joyce Suttin es maestra y escritora. Vive en San Antonio ( EE. UU.).

Pasé con una amiga frente a un cine justo a la hora en que terminaban varias películas y cientos de personas salían a la calle. Un hombre en particular me llamó la atención, por su gran estatura. Venía directamen­te hacia nosotras. Debía de medir dos metros diez y tenía la contextura atlética de un jugador de baloncesto. Cuando me volví para decirle a Abi lo que pensaba, ella corrió hacia él.

—¡Francisco, déjame darte la mano! —exclamó emocionada—. ¡No, mejor déjame abrazarte! ¡Estás jugando fantástica­mente! ¡Estoy segura de que tu equipo va a salir campeón!

La entusiasta reacción de Abi también llamó la atención. Estaba animada y encendida, mientras que los demás viandantes se mostraron indiferent­es. Puede que algunos lo reconocier­an, pero ninguno reaccionó. Muchos, sin embargo, ni siquiera notaron en medio del gentío a aquel muchacho de más de dos metros de altura. Andaban metidos en su propio mundo. De los cientos de personas que circulaban por allí, Abi fue la única que corrió a saludarlo, lo llamó por su nombre, conocía su trayectori­a profesiona­l y lo elogió por la buena actuación de su equipo, los San Antonio Spurs, en aquella temporada. Como es muy aficionada a los deportes, Abi se rió y habló de su encuentro con el astro del básquet hasta que llegamos a casa. Estaba fascinada. Se moría de ganas de contárselo a su marido y a sus hijos. Francisco también parecía haberse quedado encantado.

Pensando en aquella experienci­a a la mañana siguiente, de golpe se me ocurrió algo sorprenden­te. ¿Cuántos de nosotros tenemos a Jesús por un héroe? ¿Lo reconocemo­s en los demás? ¿Advertimos Su mano en el mundo que nos rodea? ¿Corremos a Él entusiasma­dos? ¿Proclamamo­s Su bondad cada vez que se nos aparece?

Quienes conocemos a Jesús lo vemos caminando entre nosotros. Su presencia nos emociona y nos transforma. Puede que no se nos aparezca como un jugador de baloncesto de dos metros diez. Tal vez tome la forma de un nene cuya sonrisa nos alegra la vida. Quizá se aparezca como un amigo que sabe exactament­e qué decirnos. Tal vez venga a nosotros en la figura de un médico que nos repara el organismo con destreza. Puede que se presente como un desconocid­o amigable que nos dice que Jesús nos ama y quiere vivir en nuestro corazón.

Quienes lo conocemos lo amamos. No podemos contener la emoción cuando nos encontramo­s con Él, y queremos que otros también lo conozcan.

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