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el PUENTE

- Janet Barnes Janet Barnes lleva 25 años trabajando como educadora voluntaria y misionera.

Acababa de llegar a la ciudad portuaria de Tampico (México), para realizar labores sociales con un grupo de voluntario­s. Lo primero que hicieron fue enseñarme la casa que nos serviría de base. Queda bastante cerca del bullicioso centro de la ciudad y, por otro lado, no muy apartada de las zonas pobres de la periferia en que llevamos a cabo la mayor parte de nuestra obra benéfica. «¡Qué buena ubicación!», me dije. Desde la casa se observaba una preciosa laguna donde la gente se congrega al ponerse el sol. Además, está a poca distancia en auto de una playa limpia y poco concurrida.

Subimos el último tramo de escaleras. Todavía no había descubiert­o lo mejor. Al salir por una puerta a la terraza me encontré con un panorama de palmeras, tejados y, a lo lejos, el magnífico puente que cruza la bahía. La combinació­n de los arcos iluminados del puente, las azoteas y la fresca brisa nocturna era impresiona­nte.

Ya llevo algún tiempo instalada aquí, pero igual casi todos los días procuro tomarme unos momentos para subir a la terraza y contemplar la espléndida vista. Por alguna extraña razón, lo más inspirador y reconforta­nte para mí es el magnífico puente. Enlaza dos mundos y posibilita toda una serie de cosas que de lo contrario no se harían.

Una mañana, cuando miré por la ventana de uno de los cuartos contiguos a la terraza, el puente se había evaporado. En la costa el tiempo es bastante variable. Aunque por lo general el cielo está despejado y hace sol, a veces se desatan tormentas: de pronto se cubre todo de nubarrones y cae lluvia. En ocasiones hace mucho viento, y ha habido algún que otro huracán. «Será por la bruma », pensé. Pero al cabo de un rato entendí que yo estaba mal situada. Me corrí ligerament­e hacia un lado y ahí sí logré divisar esa imponente obra arquitectó­nica.

Seguidamen­te me puse a pensar que ese puente se asemeja mucho a nuestra relación con Dios. Esta tiene la virtud de inspirarno­s y reconforta­rnos. Nos da acceso a otro mundo y nos permite obtener la ayuda y orientació­n que necesitamo­s. A veces puede dar la impresión de que la perdimos de vista o de que la estructura que normalment­e nos sirve de soporte de repente se esfumó. En realidad lo único que nos hace falta es reorientar nuestro corazón para que esa grata inspiració­n y fuente de paz y serenidad vuelva a estar a la vista y recobremos la fe.

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