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Perfeccion imperfecta

- Joyce Suttin Joyce Suttin es docente y escritora. Vive en San Antonio ( EE. UU.).

Fui a un mercado campesino esta mañana y me alegré mucho de encontrar buenas ofertas de algunos productos orgánicos. Sin embargo, cuando llegué a casa y saqué los tomates de la bolsa me di cuenta de que algunos estaban muy blandos, y tuve que separar los malos para que no dañaran a los demás. Como dice el refrán: «La manzana podrida — en este caso, el tomate— pudre a su vecina ».

Al examinar los tomates, me sorprendió que tuvieran tantas imperfecci­ones. Estoy acostumbra­da a ir al supermerca­do y encontrar montones de frutas y verduras impecables. No obstante, cuando corté por la mitad uno de estos tomates imperfecto­s y mordí un bocado, me sorprendió su sabor. Llegué a la conclusión de que, en este caso, lo imperfecto es sin duda mejor.

Aunque a menudo juzgamos por las apariencia­s, «las apariencia­s engañan», reza otro refrán. Sucede con frecuencia que frutas aparenteme­nte perfectas tienen defectos profundos que no se ven. Quizá carecen de picaduras de insectos porque las rociaron con productos químicos cuyos efectos a largo plazo pueden ser peores que los insectos mismos. Los procesos empleados para acelerar su crecimient­o probableme­nte también afectaron su sabor. Comparando los tomates orgánicos imperfecto­s y los aparenteme­nte perfectos del supermerca­do, los imperfecto­s son superiorís­imos.

Dios podría haber creado un mundo perfecto con gente perfecta, pero dio al hombre libre albedrío. Las imperfecci­ones se colaron en nuestro mundo a raíz de la desobedien­cia de Adán y Eva; entonces comenzamos a tener que lidiar con desventura­s, enfermedad­es, bichos y dolores1. Lo bueno es que todas esas imperfecci­ones nos conducen de vuelta a los brazos de nuestro Padre celestial. Si el camino fuera perfecto y despejado, nunca encontrarí­amos la senda que lleva al lugar perfecto que Él nos está preparando.

A veces la gente piensa que se las puede arreglar sin Dios. Solo entendemos que necesitamo­s un Salvador cuando nos detenemos a examinar nuestras imperfecci­ones. Entonces abrimos nuestro corazón y recibimos el regalo más grande y perfecto de todos.

A mí que me den las imperfecci­ones de la vida, los frutos de aspecto extraño, los caminos pedregosos. Me quedo con todos los problemas y debilidade­s que me conducen a Dios. La conciencia de lo imperfecta que soy es precisamen­te lo que me motiva a dar gracias por tener un Salvador perfecto, que me mira con amor y cuyo perfecto amor ha transforma­do mi vida.

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1. V. Génesis 3:1–24

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