LA SENCILLEZ
¿Dónde está tu tesoro?
Nuestros auténticos tesoros no son el dinero ni los bienes materiales; son el reino de Dios, Su amor, Su relación con nosotros, nuestra salvación, la divina providencia, la atención que nos prodiga Dios y las recompensas que nos aguardan. El tener eso claro nos permite abordar con el enfoque correcto la cuestión de nuestros recursos económicos y el fin que les damos.
En el Salmo 24, David exclama: «Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan» 1. Dios mismo se considera dueño de toda la creación: «Mía es toda la tierra » 2, «Todo lo que hay debajo del cielo es Mío» 3, «“Mía es la plata, y Mío es el oro”, dice el Señor» 4. De ello se infiere que todo lo que poseemos en realidad es de nuestro Creador, incluidos no solo nuestros bienes, sino también nuestra persona misma. Somos simples administradores o curadores de lo que Dios ha puesto a nuestro cuidado.
Si bien es cierto que todo le pertenece a Dios, Él quiere que seamos felices y gocemos de lo que Él nos ha dado. Así lo expresa 1 Timoteo 6:17: «Dios […] nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos» 5. Como custodios de los recursos divinos — específicamente de nuestras posesiones y, en general, de los recursos de la Tierra— podemos aprovecharlos en beneficio propio y de nuestros seres queridos, para vivir y disfrutar de lo que Dios nos ha encargado. El tener una actitud adecuada frente a nuestros bienes, dinero y fortuna es de vital importancia para nuestra relación con Dios.
Conviene, pues, tener bien claros los principios de propiedad — que Dios es dueño de todo— y de buena administración — que debemos utilizar lo que Él nos ha confiado de una forma que esté en armonía con Su voluntad y Su Palabra— y la necesidad de cultivar una sana visión de nuestros recursos y bienes materiales. Así se nos hace más fácil ajustar nuestra actitud y comportamiento frente a lo que controlamos, ya sea tangible o intangible.
¿Sabes cuál es una llave para tener la actitud correcta? La sencillez, entendida como un medio de liberarse de ataduras innecesarias a las cosas de esta vida, como una
ayuda para poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la Tierra6.
Jesús nos enseñó que donde está nuestro tesoro está nuestro corazón; por ende, conviene que nos autoexaminemos para determinar cuál es nuestro verdadero tesoro. Debemos tener una actitud sana frente a nuestros bienes materiales y reconocer el daño que puede causarnos una visión trastornada. La sencillez nos lleva a no concentrarnos tanto en nosotros mismos y nuestras posesiones, y a fijar más bien la atención en nuestro verdadero tesoro, nuestro amoroso Dios que nos ha dado lo más valioso que podríamos tener: Su amor y salvación.