MI experiencia como cuidadora
En años recientes me he dedicado a cuidar de personas a las que quiero mucho. He atendido a amigos que padecían enfermedades graves e hice de enfermera para mi madre hasta que falleció de cáncer en 2009.
En el tiempo que estuve cuidando a mi madre recibí una pensión por atenderla. El estipendio me servía para pagar las cuentas y me dejaba algo para gastos personales, aunque en ningún momento gocé de holgura económica. Vivir con ingresos fijos limitados tiene sus inconvenientes, aunque nunca me ha molestado demasiado. Mis gustos son sencillos: disfruto nadando, caminando y paseando en bicicleta. De vez en cuando voy a ver una película o salgo a comer, y me encanta visitar a mis amigos y charlar mientras disfrutamos de una copa de vino o de un asado con una cerveza, o contemplar una puesta de sol sobre el mar.
Vivo en un lugar estupendo, a veinte minutos de la ciudad y a solo tres cuadras de la playa, donde tengo acceso a ciclovías y senderos para caminar que se extienden por varios kilómetros. La estación ferroviaria se encuentra a cinco minutos andando, lo mismo que la calle principal con sus tiendas, supermercados, biblioteca, centro comunitario, merenderos, el muelle y acogedoras confiterías donde sirven excelente café o té chai y tarta de queso. Es el lugar ideal para este tramo de mi vida, y siento que Dios me ha bendecido trayéndome aquí.
En la tarea de cuidar de mis seres queridos me he enfrentado a muchos retos, y ha habido momentos en que emocionalmente me he sentido exigida al máximo. En otros me hubiera venido bien contar con algunos recursos más. Sin embargo, en los años en que he estado en esta situación francamente nunca me ha faltado nada. Vivir de unos ingresos fijos me hizo analizar lo que de verdad necesito. Al fin y al cabo, ¿cuántos pares de zapatos puede uno ponerse? Y aunque la casa donde vivo no es mía, pago un alquiler módico y no tengo deudas.
En mi experiencia como cuidadora descubrí que la paz interior es mucho más valiosa que una vida con la billetera llena y sin sobresaltos. El dinero simplemente no se compara con la satisfacción de haber estado donde debía estar, haciendo lo que debía hacer; sé que hice todo lo que pude por los demás, y no tengo remordimientos.