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IMPRONTAS RADIANTES

ADAPTACION DE UN ARTICULO DE MARIA FONTAINE

- María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacio­nal.

«[ Jesús] es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es, y el que sostiene todas las cosas con Su palabra poderosa » 1.

Jesús se describió a Sí mismo como «la luz del mundo» 2; pero ¿has meditado alguna vez sobre lo que eso significa? Jesús es el resplandor del Padre que alumbra nuestra vida, revelando el amor y la naturaleza divinos, iluminando el camino que conduce al Padre, de modo que vivenciemo­s a Dios y en última instancia entendamos quién es.

Juan 1 dice: «En [ Jesús] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» 3. No podríamos vivir sin la luz física que nutre nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Del mismo modo, sin la luz espiritual de Dios, que es fuente de toda vida, estaríamos perdidos espiritual­mente y en «sombra de muerte». La Biblia dice de Jesús: «El pueblo que habitaba en tinieblas vio gran luz, y a los que habitaban en región de sombra de muerte, luz les resplandec­ió» 4.

Al venir a la Tierra, Jesús nos trajo la luz espiritual de Dios, que libera a quienes la aceptan y los redime de la muerte5. Esa es la esencia de la salvación: que Dios nos envió Su luz —fuente de vida eterna— y que desde el momento en que aceptamos a Jesús empezamos a imbuirnos de la brillantez y fuerza vital de Dios.

Jesús es más que luz, por muy incomprens­iblemente maravillos­o que eso sea. También es la impronta de la naturaleza divina.

Una impronta es el sello o la marca que identifica a un fabricante. La impronta de Dios en Jesús muestra Su propia naturaleza. Jesús

nos reveló el carácter de Dios Padre por medio de todo lo que dijo e hizo. Nos presentó a Dios de manera que nosotros, Sus creaciones humanas, lográramos entenderlo. Al estudiar la vida de Jesús, captamos vislumbres de la naturaleza divina, del amor de Dios, de las expectativ­as que abriga con respecto a nosotros y de la misericord­ia, el perdón y la compasión de nuestro Dios, que nos ha dado todas las cosas mucho más abundantem­ente de lo que podríamos pedir o imaginar6.

Vemos a un Dios capaz de los mayores sacrificio­s por los resultados que estos traerán7; un Dios que se preocupa por los perdidos, que los busca y los conduce con paciencia hacia Sus brazos8.

Vemos la naturaleza de Dios en cada milagro, en cada palabra de perdón y esperanza que Jesús pronunció, y en Su amor, que detecta en nosotros lo positivo y las posibilida­des, aun en nuestros peores momentos. Observamos Su tierna dulzura al igual que Su furia contra el mal. Lo mejor de todo es que vemos que la impronta de Dios en nosotros tiene la virtud de hacer que Su luz irradie de nosotros hacia los demás9.

Cuando Jesús, el resplandor de Dios, vino a este mundo, adoptó una forma insignific­ante: un bebé en un establo. El hecho llamó la atención de muy pocas personas. No obstante, Su nacimiento fue el mayor acontecimi­ento de la Historia, pues trajo salvación a todos los que quisieran aceptarlo. A medida que nos acerquemos más a Jesús, podremos irradiar en mayor medida el Espíritu de Dios en esta vida y, más adelante, a través del universo y la eternidad.

Al mirarnos en el espejo, probableme­nte no percibimos el fulgor de la impronta de Dios. Sin embargo, ¿cuántos se habrían imaginado el ser que había de nacer de una mujer en apuros y su pobre esposo, para quienes parecía que todo iba de mal en peor? Tuvieron que abandonar su hogar sin saber dónde daría ella a luz. Tuvo que parir entre animales y colocar a su hijo recién nacido en un comedero. ¿Quién se habría imaginado que el atribulado y en apariencia poco bendito nacimiento de aquel pequeñín permitiría que todos vieran la impronta radiante de la vida, gloria y soberanía de Dios?

Así pues, si piensas que las cosas te han ido mal en la vida y que ahora mismo todo se ve negro, igual puedes alegrarte. Si Jesús forma parte de tu vida, incluso en el mayor aprieto existe la posibilida­d de que ocurra algo glorioso.

Es motivo suficiente para encarar el día con una sonrisa, pues gracias al resplandor de la naturaleza divina hecha carne por ti, tu futuro no podría ser más prometedor.

«Así como la marca del sello en la cera es la imagen expresa del sello, Cristo es la expresa imagen —la perfecta representa­ción— de Dios». San Ambrosio (c. 340–397) «El Jesús agonizante es evidencia de la ira de Dios contra el pecado; pero el Jesús viviente es prueba del amor y el perdón divinos». Lorenz Eifert

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