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Sorpresa

- Mara Hodler Mara Hodler ha sido misionera en Extremo Oriente y en África Oriental. Actualment­e vive en Texas con su esposo y sus hijos y administra una pequeña empresa familiar.

Hay veces en que la vida transcurre plácidamen­te, tienes una idea clara del rumbo que siguen tus asuntos, estás progresand­o y de golpe… ¡sorpresa! Se produce un vuelco total. Algo te obliga a cambiar y te empuja en otra dirección. Todo el panorama se altera.

Esas sorpresas me dan un poco de miedo. Para mí, no controlar una situación es como estar en caída libre. No es lo mío. En esos momentos en que mis mejores planes quedan regados a mi alrededor como desechos inútiles, escucho una voz en mi cabeza que me dice: «El hombre propone, Dios dispone».

Tengo entonces que tomar la decisión de adaptarme o de forzar la situación y redirigir las cosas hacia mis queridos planes. En realidad, más que una decisión es una actitud mental. Como la mitad de las veces, el desenlace es evidente, y aferrarme a mis planes no va a hacer más que postergar lo inevitable. Aun así, cuesta ceder.

Es como un tango bien bailado. Cuando dos personas llevan mucho tiempo bailando juntas logran compenetra­rse muy bien y pueden improvisar un baile en perfecta sincronía. En el tango tradiciona­l, el hombre dirige el baile, y la mujer está atenta a sus más ligeros tironeos y marcas. Ella mueve su cuerpo según como él la guíe. Cuando la pareja está bien sincroniza­da, los movimiento­s de uno llegan a ser una extensión de los del otro. Es impresiona­nte. En cambio, da pena observar a una pareja que no baila sincroniza­da. Se pisan los zapatos y a veces hasta se caen. En el mejor de los casos, les falta la gracia que debe transmitir cualquier baile.

A veces imagino mi vida como un baile. Cuando entran en juego esas sorpresas, casi puedo oír a Jesús decirme: «Vamos. Llevamos mucho tiempo bailando juntos. Ya sabes seguirme. Déjame que te dirija y haré de esta danza un espectácul­o».

En mi corazón sé que, si le cedo el control, Él no va a trastabill­ar ni caerse. Pero a veces me cuesta someterme a Sus indicacion­es. Normalment­e es porque me parece que me he esforzado mucho practicand­o la anterior coreografí­a y aprendiénd­ome cada paso; de ahí que no quiera cambiar. A veces trato de marcar yo el paso. Las consecuenc­ias, claro… son lamentable­s.

Rendirse, entregarse, no es una reacción inicial muy común. Nos resulta natural apegarnos a cierto desenlace. Nos gusta creer que tenemos la sartén por el mango. Dedicamos mucho esfuerzo a la planificac­ión y nos duele pensar que todo puede arruinarse a causa de un suceso que invalide nuestros planes.

Lo curioso del caso, sin embargo, con relación al baile, es que todos los pasos ensayados, las

cuidadas coreografí­as practicada­s una y otra vez son precisamen­te lo que le permite a una pareja abandonar el baile aprendido y crear espontánea­mente uno nuevo. En la vida, toda la planificac­ión, la formación y la realizació­n de lo que creemos que Dios quiere que hagamos es lo que nos capacita para no resistirno­s a las sorpresas, cualesquie­ra que sean.

Una notita sobre esas sorpresas. Muchas de las que me han ocurrido a mí no pintaban nada bien al principio. Como cuando me negaron la visa para ir a un país en el que tenía asegurado un trabajo que yo considerab­a ideal; o cuando unos compañeros que eran fundamenta­les para cierta iniciativa decidieron optar por otra cosa justo cuando el programa estaba comenzando a despegar. También he sufrido enfermedad­es, accidentes y decepcione­s laborales, he perdido clientes y he visto cómo el mal tiempo desbaratab­a planes que había trazado con sumo cuidado. Esos acontecimi­entos me condujeron por derroteros inesperado­s. Así y todo, ninguno me arruinó la vida. En algunos casos me llevaron por senderos que terminaron siendo mucho mejores que los que yo había planeado o previsto.

Algunas de las personas más increíbles que conozco interpreta­n esos trastornos como invitacion­es a un baile especial. Es tanta su confianza que son capaces de obviar la resistenci­a y moverse al compás. Esas personas me impresiona­n y me maravillan tanto como ver bailar a una pareja bien conjuntada. Me asombra que los rápidos giros, bajadas y contorsion­es del baile de su vida tengan aparenteme­nte tanta gracia y se produzcan sin resistenci­a. La belleza de la paz que reflejan confirma sin duda que su manera de afrontar esas sorpresas da mejores resultados que la mía.

Lo bueno es que estoy segura de que vendrán más sorpresas y tendré oportunida­d de practicar y aprender a dejarme llevar en lugar de oponer resistenci­a. Mientras escribo estas líneas, sé que me aguardan sucesos que no puedo prever. Ruego que sea capaz de fluir con ellos y no resistirme ni ser indócil, al menos no tanto como para arruinar el baile.

Jesús quiere que nuestra vida sea extraordin­aria y se valdrá de cada pequeño giro, contorsión, pirueta o alzada para crear el más bello de los bailes. Basta con que nos dejemos llevar por Él.

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