Sorpresa
Hay veces en que la vida transcurre plácidamente, tienes una idea clara del rumbo que siguen tus asuntos, estás progresando y de golpe… ¡sorpresa! Se produce un vuelco total. Algo te obliga a cambiar y te empuja en otra dirección. Todo el panorama se altera.
Esas sorpresas me dan un poco de miedo. Para mí, no controlar una situación es como estar en caída libre. No es lo mío. En esos momentos en que mis mejores planes quedan regados a mi alrededor como desechos inútiles, escucho una voz en mi cabeza que me dice: «El hombre propone, Dios dispone».
Tengo entonces que tomar la decisión de adaptarme o de forzar la situación y redirigir las cosas hacia mis queridos planes. En realidad, más que una decisión es una actitud mental. Como la mitad de las veces, el desenlace es evidente, y aferrarme a mis planes no va a hacer más que postergar lo inevitable. Aun así, cuesta ceder.
Es como un tango bien bailado. Cuando dos personas llevan mucho tiempo bailando juntas logran compenetrarse muy bien y pueden improvisar un baile en perfecta sincronía. En el tango tradicional, el hombre dirige el baile, y la mujer está atenta a sus más ligeros tironeos y marcas. Ella mueve su cuerpo según como él la guíe. Cuando la pareja está bien sincronizada, los movimientos de uno llegan a ser una extensión de los del otro. Es impresionante. En cambio, da pena observar a una pareja que no baila sincronizada. Se pisan los zapatos y a veces hasta se caen. En el mejor de los casos, les falta la gracia que debe transmitir cualquier baile.
A veces imagino mi vida como un baile. Cuando entran en juego esas sorpresas, casi puedo oír a Jesús decirme: «Vamos. Llevamos mucho tiempo bailando juntos. Ya sabes seguirme. Déjame que te dirija y haré de esta danza un espectáculo».
En mi corazón sé que, si le cedo el control, Él no va a trastabillar ni caerse. Pero a veces me cuesta someterme a Sus indicaciones. Normalmente es porque me parece que me he esforzado mucho practicando la anterior coreografía y aprendiéndome cada paso; de ahí que no quiera cambiar. A veces trato de marcar yo el paso. Las consecuencias, claro… son lamentables.
Rendirse, entregarse, no es una reacción inicial muy común. Nos resulta natural apegarnos a cierto desenlace. Nos gusta creer que tenemos la sartén por el mango. Dedicamos mucho esfuerzo a la planificación y nos duele pensar que todo puede arruinarse a causa de un suceso que invalide nuestros planes.
Lo curioso del caso, sin embargo, con relación al baile, es que todos los pasos ensayados, las
cuidadas coreografías practicadas una y otra vez son precisamente lo que le permite a una pareja abandonar el baile aprendido y crear espontáneamente uno nuevo. En la vida, toda la planificación, la formación y la realización de lo que creemos que Dios quiere que hagamos es lo que nos capacita para no resistirnos a las sorpresas, cualesquiera que sean.
Una notita sobre esas sorpresas. Muchas de las que me han ocurrido a mí no pintaban nada bien al principio. Como cuando me negaron la visa para ir a un país en el que tenía asegurado un trabajo que yo consideraba ideal; o cuando unos compañeros que eran fundamentales para cierta iniciativa decidieron optar por otra cosa justo cuando el programa estaba comenzando a despegar. También he sufrido enfermedades, accidentes y decepciones laborales, he perdido clientes y he visto cómo el mal tiempo desbarataba planes que había trazado con sumo cuidado. Esos acontecimientos me condujeron por derroteros inesperados. Así y todo, ninguno me arruinó la vida. En algunos casos me llevaron por senderos que terminaron siendo mucho mejores que los que yo había planeado o previsto.
Algunas de las personas más increíbles que conozco interpretan esos trastornos como invitaciones a un baile especial. Es tanta su confianza que son capaces de obviar la resistencia y moverse al compás. Esas personas me impresionan y me maravillan tanto como ver bailar a una pareja bien conjuntada. Me asombra que los rápidos giros, bajadas y contorsiones del baile de su vida tengan aparentemente tanta gracia y se produzcan sin resistencia. La belleza de la paz que reflejan confirma sin duda que su manera de afrontar esas sorpresas da mejores resultados que la mía.
Lo bueno es que estoy segura de que vendrán más sorpresas y tendré oportunidad de practicar y aprender a dejarme llevar en lugar de oponer resistencia. Mientras escribo estas líneas, sé que me aguardan sucesos que no puedo prever. Ruego que sea capaz de fluir con ellos y no resistirme ni ser indócil, al menos no tanto como para arruinar el baile.
Jesús quiere que nuestra vida sea extraordinaria y se valdrá de cada pequeño giro, contorsión, pirueta o alzada para crear el más bello de los bailes. Basta con que nos dejemos llevar por Él.