Una vida con SENTIDO
Mi abuela no fue una mujer de carrera. De hecho, apenas estuvo empleada seis años en toda su vida. Cuando mis abuelos se casaron, no podían permitirse estar ambos estudiando cinco años lejos de casa. Así, aunque ella albergaba esperanzas de ir a la universidad, se quedó alojada en casa de los familiares de su marido, que lamentablemente la trataron con aspereza. Durante toda aquella época soportó pacientemente la separación de su esposo y los sinsabores que le ocasionó su familia política, sin quejarse nunca en sus cartas.
Mi abuelo luego tuvo una exitosa carrera como abogado y juez mientras la abuela se quedaba en casa cuidando de los niños, primero sus propios gemelos, luego sus sobrinas y finalmente sus nietos. Yo pasé todos los veranos, así como también varios años escolares, en casa de mis abuelos.
Hoy, a los 93 años, la abuela sigue siendo una fuente de sabiduría, un pilar en que apoyarse cuando uno necesita un poco de calma en este ajetreado mundo. Es además un recordatorio de lo que reviste verdadera importancia en la vida. Ha sido para mí un magnífico modelo que he procurado emular. Si bien actualmente rara vez puede salir de su departamento, sigue viviendo a través de mí y de cada persona en quien ha dejado una gran huella.
A veces me pregunto si es posible o si vale la pena esforzarse por ser una influencia para bien en este mundo cruel. Entonces recuerdo el aplomo, la alegría, la paz interior y el contentamiento de la abuela y me propongo dar lo mejor que tengo. Si logro que sus buenas enseñanzas y ejemplo cobren vida en mí, podré ser también una fuerza para bien.