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MAGA EN LA COCINA

- Joyce Suttin Joyce Suttin es docente y escritora. Vive en San Antonio, EE. UU.

Se me suele oír haciendo ruido con las ollas en la cocina. Doy portazos. Hago sonar la loza cuando la guardo. Con gran estruendo coloco la olla de hierro sobre el quemador. Mamá está en la cocina, y todos saben que es mejor quedarse fuera hasta que termine.

Eso sí, termino rapidito. Aprendí hace mucho tiempo que la clave para realizar una tarea que no me hace mucha gracia está en despacharl­a sin demora. Así que trabajo a toda velocidad, convencida de que no importa meter un poco de bulla para acabar pronto.

Hay veces en que le pongo mucho empeño a la cocina. Planifico para varios días, estudio recetas, hago listas, reúno los ingredient­es. Preparo todo lo que puede prepararse con antelación y lo coloco en atractivos recipiente­s. Pero las comidas de todos los días no son así. En una noche normal podría ganar un premio por poner la cena en la mesa en tiempo récord. «¡Háganse a un lado, déjenme pasar!»

Como es lógico, causo algunos estropicio­s. Los platos rotos y los dedos quemados no son infrecuent­es. Tampoco los sentimient­os heridos.

—¿No puedes esperar un minuto a que termine? — gruño con una sonrisa falsa.

Y lo digo en serio. No me toma más de un minuto si me dejan en paz y se quitan de en medio.

Tengo la cena lista a tiempo. Me queda la cocina limpia. Sirvo alimentos nutritivos. Pero falta algo que requiere atención.

Cuando mis hijos eran pequeños, tenía un tocadiscos y una colección de discos de música clásica en la cocina. Como trabajaba y tenía una familia numerosa a la que debía organizar y dar de comer, siempre estaba pensando en mil y una cosas. La música clásica me ayudaba a aminorar la marcha y me elevaba el espíritu mientras preparaba la comida. Sacaba un plato de verduras crudas o una ensalada y, si algún chiquito hambriento se aparecía en la puerta y no podía esperar un minuto más, le decía que tomara unas verduras.

Tal vez debería revaluar mis hábitos de trabajo. Segurament­e se me escapan momentos que podría disfrutar mucho. Aunque le cena esté lista unos minutos tarde y la cocina no quede perfecta, debería ir más despacio y gozar de los aromas de la comida mientras se cocina. Quizás hasta debería aceptar algún ofrecimien­to de ayuda, y podríamos reír y pasarla bien juntos.

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