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DESCONCIER­TO EN EL BUS

- Mag Rayne Mag Rayne dirige una fundación de voluntario­s en Croacia.

Era una típica tarde primaveral de lluvia en Rijeka. Yo iba sentada en un bus de la línea 18 luego de una larga jornada… al menos creía que era el 18. Había unos 30 pasajeros, todos igual de cansados e impaciente­s por volver a su casa.

Al llegar a un cruce, en lugar de doblar a la derecha como de costumbre, el bus viró a la izquierda. «¿Me habré equivocado de bus?», pensé. Estaba a punto de preguntar cuando otros pasajeros le empezaron a gritar al chofer: —¿Adónde nos lleva? Por lo menos no era yo la que se había equivocado.

Para entonces el conductor se estaba poniendo nervioso. El vehículo tenía más de 30 metros de largo, por lo que corregir el rumbo no era nada fácil. Además, el hecho de que la gente estuviera gritando no ayudaba en nada. He sabido de casos parecidos en que los pasajeros se pusieron a vociferar y hasta amenazaron con pegar al conductor.

Afortunada­mente eso no aconteció esta vez, y los que reclamaban bajaron la voz cuando otros pasajeros exclamaron en tono alentador:

—No se preocupen. Todos nos equivocamo­s. Más adelante hay una rotonda en la que podemos dar la vuelta.

Efectivame­nte, al cabo de dos minutos ya íbamos bien encaminado­s.

¿Cuántas veces en la vida, tratando de alcanzar nuestras metas, nos equivocamo­s en algún viraje? Si cada vez que cometemos un error nos ponemos a gritar, protestar y quejarnos, o censuramos a alguien y le echamos la culpa de la difícil situación en que nos encontramo­s, no llegaremos muy lejos. Los lamentos tampoco contribuye­n a agilizar la marcha.

Por otra parte, una vez que reconocemo­s haber extraviado el rumbo, podemos recobrar el ánimo — o alentar a las persona de nuestro entorno que se hayan equivocado— recordando que no todo está perdido, como hicieron aquella tarde los pasajeros conciliado­res del bus. Y seguidamen­te dar la vuelta y tomar la vía correcta.

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