A VECES MENOS ES MÁS
Aunque sea un cliché del que se abusa en los curriculum vitae, la verdad es que soy una persona orientada a los objetivos. Desde que tengo memoria me he impuesto metas, particularmente al principio del año, las cuales luego me aboco a alcanzar. Muchos propósitos que se hacen en Año Nuevo quedan en nada porque son cosas que la gente dice en un momento de pasión — o de culpabilidad— y que al rato olvida o desestima. Ese no es mi caso. Sin embargo, me he dado cuenta de que tiendo a ser demasiado ambiciosa. Aunque alcanzo algunas metas, termino desanimada; también se da el caso de que logro algunas metas secundarias, pero no las primordiales. No es porque no tenga presentes mis objetivos o porque no los persiga con constancia, sino porque no hago planes realistas, tomando en consideración mis limitaciones y la necesidad de apartar suficiente tiempo para simplemente disfrutar de la vida.
Hace poco repasé mis propósitos de los ocho últimos años, que en términos generales han sido una combinación de metas profesionales, objetivos en cuanto a mi estado físico, lugares que quería visitar y cosas que quería aprender o en las que deseaba adquirir más destreza. Año uno
Me fijé diez objetivos y no logré sino dos. Hubo varios a los que me acerqué. Por ejemplo, resolví correr 1.000 kilómetros a lo largo del año e hice 850.
Algo interesante que advertí cuando repasé mis metas al terminar el año fue que las dos que alcancé eran precisamente metas de las que había hablado con muchas personas, lo cual, claro, me estimuló a perseverar hasta alcanzarlas.
Otra cosa que me llamó la atención es que había por lo menos dos ítems que más adelante francamente dejaron de interesarme, o que al repasar la lista me dije: «¿Cómo es que incluí esto?» Puros caprichos, no objetivos. Año dos
Dispuesta a aprender del año anterior, me dije que no me fijaría sino uno o dos objetivos por categoría. No me explico cómo, pero terminé con seis categorías y ocho objetivos. Para colmo, todos eran de carácter personal, de manera que transcurridos unos meses añadí siete objetivos de trabajo. Así las cosas, terminé con 15 objetivos, superando la cifra del año anterior.
Ese año, no obstante, establecí una regla muy específica para mis metas, a saber: Si no son concretas y cuantificables, no pueden estar en la lista. Creo que eso ayudó, pues alcancé 11 de los 15 objetivos.
Año tres
En otro intento de mejorar mis métodos, resolví concentrarme en un solo objetivo general. Naturalmente, se subdividía en otros menores, 16 en total. Estaban todos vinculados y organizados para irlos alcanzando de uno en uno. La estrategia mayormente funcionó. Bueno, alcancé nueve. Pero los progresos fueron válidos y quedé contenta. Año cuatro
Me impuse seis objetivos. Alcancé cinco. Apliqué métodos un poco distintos que en años anteriores: • Cada trimestre me molesté en repasar mis objetivos y progresos. • Llevé un registro de todos mis logros, tanto laborales como personales. • Me hice una lista de lo que quería dejar de hacer, que fue para mí ¡una revelación! En alguna parte leí esa idea, y me pareció muy sensata. Comprendí que, si quería disponer de más tiempo para lo que quería hacer, tenía que sacar tiempo de alguna parte. Afortunadamente logré dejar de hacer las tres cosas que me había propuesto. Año cinco Las realidades de la vida me facilitaron mucho los objetivos de ese año. Hubo dos bien grandes que no eran opcionales: conseguir trabajo y un apartamento, y logré ambos.
Naturalmente que después tuve que fijarme algunos que sí fueran opcionales. Me propuse seis. Alcancé tres. Año seis
Rebauticé mi lista. En vez de llamarla: «Objetivos de Año Nuevo», la titulé: «Lo que quiero este año». Además expuse en detalle, en la medida de lo posible, los medios que emplearía para alcanzar mis objetivos.
Quería nueve cosas. Logré seis. Año siete
Nuevamente opté por hacerme una lista de las cosas que quería. Me fijé solo dos objetivos principales; ahora bien, esos requerían otros siete complementarios. En tres de los siete me fue bien; además, eran los más importantes para mí. Sin embargo, no logré cumplir a cabalidad ninguno de los dos grandes. Quise abarcar demasiado, incluso siendo solo dos: eran excesivamente ambiciosos. Año ocho: el actual
Un rápido repaso me muestra claramente que, por mucho que me esfuerce por ser realista, siempre sobrevaloro mi capacidad. Si me fijo 10 objetivos, quizás alcance 7. Si me propongo 6, probablemente consiga 3. Si me fijo 3, alcanzo 1 o 2.
Por eso este año voy a seguir lo que considero un plan brillante: un solo objetivo. Ineludiblemente lo alcanzaré. Teniendo un solo objetivo, estoy segura de que me concentraré en él, me esforzaré y lo lograré.
También tengo una lista de cosas que quiero hacer antes de morir, a la que con frecuencia agrego nuevas entradas. (¡Ya tiene más de 40!) Estas no tienen fecha de vencimiento al final del año. Además, soñar es gratis. En cambio, para alcanzar metas se requiere claridad, concentración, tiempo, esfuerzo y una sana dosis de realismo.