EL PRIMER DÍA DE COLEGIO
El primer día del año se asemeja un poco al primer día de clases. Digamos que Dios nos da a cada uno un impecable cuaderno por estrenar, flamantes lápices afilados, libros de texto repletos de nuevas enseñanzas y la posibilidad de empezar de cero. Las expectativas — buenas o malas— que eso suscite en nosotros dependen en buena parte de cómo nos haya ido en el grado anterior el último año. Si nos fue excelente, es probable que saludemos esperanzados al año nuevo, con tremendo entusiasmo. Si apenas logramos pasar raspando, es más fácil que sintamos nervios y aprensión.
De uno u otro modo, este año puede ser el mejor de todos, pues Jesús desea ser tu profesor particular. Él sabe mucho, y harás bien en aceptar Su ofrecimiento. ¿Quién mejor que Él para guiarte en la escuela de la vida? Al fin y al cabo, Él diseñó el curso, redactó el libro de texto y preparó los exámenes. Así las cosas, no cabe duda de que comprende cabalmente todos los contenidos y conoce todas las respuestas. Es más, te ama entrañablemente y desea, incluso más que tú, que apruebes el curso.
Si te acostumbras a presentarle tus preguntas y dificultades y dejas que Él te explique cómo las ve, descubrirás que todo encaja en su lugar como nunca. Él te ayudará a resolver los problemas más espinosos y a sacar partido de tus errores, convirtiéndolos en oportunidades didácticas. Es paciente, amoroso y sabio. Y por si no lo mencioné, sabe mejor que nadie hacer entretenido el aprendizaje.
¿Para qué esforzarte tanto por pasar raspando y apenas aprobar el curso cuando Jesús puede ayudarte a estar en el cuadro de honor? Además, cuando llegue el examen final, te ayudará también con eso. Qué orgulloso te sentirás cuando te diga: «¡Te luciste!»