Fresas, velas y propósitos
Era un luminoso día de verano. En aquel entonces yo vivía en Sudáfrica. El año estaba a punto de terminar, y yo había dejado de pensar en las celebraciones navideñas y estaba reflexionando sobre los propósitos que me iba a hacer de cara al nuevo año.
La puerta de la casa se cerró detrás de mí con un sonido metálico. Cuando entré a la cocina, mi madre me vio dirigir la vista hacia una fuente repleta de fresas que había en la mesa.
—Las trajo Yvonna —me explicó—. Son un regalo de su familia.
La generosidad de nuestros modestos vecinos se me hacía un tanto incómoda. Nuestro centro de voluntariado estaba en la casa más amplia y cómoda del barrio. Yvonna era una adolescente que vivía dos casas más allá. Yo sabía que su familia, como la mayoría de las del pueblo, había estado meses cuidando los fresales que había detrás de su casa. De todos modos, cada vez que había cosecha los vecinos llegaban a nuestra puerta cargados de frutillas.
Desde hacía un tiempo Yvonna había solicitado asistir a los estudios bíblicos que hacíamos con nuestro grupo juvenil; pero habíamos estado muy ocupados y lo habíamos pospuesto más de una vez. Suspiré y me propuse incluir a Yvonna en aquellas clases lo antes posible.
En mi familia siempre celebramos juntos la noche de fin de año. Desde que tengo memoria es tradición que nos reunamos con algunos amigos íntimos en las últimas horas del año para realizar una ceremonia a la luz de las velas. Cada uno, del mayor al menor, enciende una velita con la llama de una vela grande colocada en el centro, la cual simboliza a Jesús. A continuación dice lo que más agradece del año que termina y cuenta cuáles son sus esperanzas y oraciones para el año nuevo.
Aquella noche perdoné públicamente a una amiga por una ofensa que me había amargado la vida durante semanas. Me dio tanto gusto desahogarme así que deseé haberlo hecho antes. Otros expresaron su intención de contribuir más al bienestar y el mejoramiento del pueblo. Todos coincidimos con ellos. El cambio de año era el momento ideal para empezar a tener una participación más activa.
El día siguiente amaneció radiante y sumamente prometedor. Pero Yvonna no alcanzó a verlo. Había fallecido en la madrugada en un trágico accidente de automóvil.
Todos los integrantes de nuestro centro quedaron profundamente afectados por la pérdida de nuestra querida amiga. En los meses siguientes hallamos formas de consolar a su familia. El hecho estrechó los lazos entre todos los habitantes del pueblo. Muchos jóvenes venían a vernos con preguntas sobre la vida, la muerte y el mundo espiritual, las cuales respondíamos con mucho gusto. Yvonna creía en Jesús, y estoy segura de que desde algún lugar del Cielo vio los efectos positivos de su fallecimiento.
Desde entonces, cada año, cuando terminan los fuegos artificiales, me acuerdo de Yvonna y una vez más resuelvo no esperar a que llegue el momento perfecto para empezar a hacer lo que verdaderamente importa.