CUANDO SE CONFUNDEN JUEGO Y TRABAJO
Créase o no, a los pequeños les gusta ayudar. ¡Es cierto! A los niños en realidad les encanta ser serviciales, y se enorgullecen de ello hasta que se les enseña lo contrario. Colaborar solo se convierte en una tarea pesada cuando oyen a sus padres o a sus hermanos quejarse de tener que hacer esto o lo otro en la casa.
Planteándolo de forma positiva, ayudar en la casa puede parecer un juego. Además contribuye mucho a reforzar su autoestima y a inculcarles cualidades que les resultarán muy útiles en la vida: disciplina, iniciativa, diligencia, perseverancia, autonomía y sentido de la responsabilidad.
Existe al menos un sistema educativo que emplea mucho este principio del trabajo entretenido. Apartándose de los métodos de enseñanza tradicionales con el fin de sacar partido de los intereses naturales del niño, María Montessori (1870–1952) dulcificó a algunos de los niños más indisciplinados de Nápoles (Italia) y logró convertirlos en alumnos muy motivados, creativos y aplicados. Una faceta de la pedagogía de Montessori denominada vida práctica consiste en enseñar a los chiquillos las destrezas básicas que van a necesitar para encarar la vida cotidiana, tales como vestirse, asearse y preparar la comida. Aunque los niños de dos años — que están convencidos de que todo lo pueden hacer solos— se hallan en la edad perfecta para enseñarles esas habilidades, se trata de un proceso que abarca todas las etapas de desarrollo y que incluye más adelante aprender a conducir y a administrar un hogar.
En mis tiempos de madre ajetreada, normalmente me resultaba más fácil y más rápido encargarme yo misma de los pequeños quehaceres que enseñárselos a hacer a mis chiquitines. Pero pronto me di cuenta de mi falta de previsión. Yo precisaba ayuda, y a mis hijos les hacían falta oportunidades de sentirse mayores y aprender nuevas tareas. Más adelante descubrí que, con una adecuada presentación, hasta los más traviesos encauzaban gustosos sus energías para ayudarme con pequeños quehaceres.
Los preescolares pueden ayudar con labores sencillas. Por ejemplo, lavar las verduras, untar mantequilla en el pan o mezclar masa de galletas o de panqueques. A los pequeños les gusta barrer, limpiar lo que se derrama y guardar ordenadamente los cubiertos. Si se les presentan los quehaceres de un modo divertido y se los recompensa con elogios y reconocimiento, se emocionan cada vez que se gradúan y se les la oportunidad de hacer un nuevo trabajo.
Esa formación no tiene por qué interrumpirse cuando llegan a la edad escolar. Para los míos fue todo un hito el día en que se les dijo que ya eran mayorcitos y se les podía confiar el uso de la aspiradora. A algunos niños les gusta limpiar el lavamanos del baño y cambiar las toallas de mano. Otros disfrutan rastrillando las hojas del jardín o la hierba cortada, o ayudando a lavar el auto. La lista sería interminable. Solo tenemos que echar un vistazo a nuestro alrededor.
Una buena estrategia de marketing consiste en poner nombres de juegos
a los quehaceres domésticos. El primer juego de ese tipo que enseñé a mis hijos cuando eran pequeños fue el hormiguero. Se imaginaban que eran hormiguitas y correteaban de aquí para allá llevando todos los juguetes, bloques y muñecos de peluche al hormiguero (el sitio donde se guardaban). Hasta un bebé es capaz de aprender ese juego. Lo puedes sentar en tu falda o a tu lado y enseñarle a poner cubos y otros juguetes pequeños en una caja. Luego elógialo profusamente.
A continuación algunos escollos que pueden presentarse y cómo evitarlos: • Si la tarea rebasa las posibilidades del niño o su capacidad de concentración, puede resultar exasperante tanto para él como para ti. No le exijas demasiado. • Facilítale el cumplimiento de la tarea explicándole bien en qué consiste y cómo hacerla. • Que la colaboración sea voluntaria o, si es posible, dale a elegir entre diversas tareas. Si consigues que resulte entretenido, se ofrecerá gustoso a ayudar. • Sobre todo cuando la tarea se le haga cuesta arriba o tediosa, ayuda mucho conversar juntos de algo divertido mientras la realizan. Haz las veces de entrenadora, compañera de equipo e hincha. • No esperes a que la tarea se torne excesiva, o a que el niño esté muy cansado para realizarla de buena gana. • Siempre que sea posible, enséñale a guardar lo que ha utilizado antes de sacar otra cosa, y a ir limpiando lo que ensucia. • Si dejas al niño solo haciendo una tarea, no te sorprendas de que a tu regreso se haya enfrascado en otra cosa. Los niños se distraen fácilmente cuando no se los supervisa. No esperes a que se le acabe el tiempo para asomarte a ver cómo le va. • Usa mucho tacto a la hora de expresar tu desilusión. Complementa siempre tus comentarios con tranquilizadoras palabras de aliento. ¡Conserva una actitud positiva! Los beneficios de lograr que el trabajo les resulte ameno a los niños son innumerables. Aprenden no solo perseverancia y habilidades prácticas, sino también a trabajar en equipo y a valorar lo que los demás hacen por ellos.
Por último, si quieres cultivar en tus hijos el hábito de colaborar de buen grado, acostúmbrate a agradecérselo y a prodigarles elogios. Exprésales tu gratitud en el acto. Recompénsalos con abrazos y de vez en cuando con algún premio. Elógialos ante tu cónyuge, tus parientes y tus amigos, preferiblemente a oídos de ellos. ¡Nada aumenta más nuestra autoestima que oír elogios y palabras de aprecio de boca de las personas a quienes más amamos!