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CUANDO SE CONFUNDEN JUEGO Y TRABAJO

- Catherine Neve Catherine Neve (1951–2003) trabajó de misionera con La Familia Internacio­nal en 12 países durante 31 años. Crió a dos hijos y fue maestra de muchos más.

Créase o no, a los pequeños les gusta ayudar. ¡Es cierto! A los niños en realidad les encanta ser serviciale­s, y se enorgullec­en de ello hasta que se les enseña lo contrario. Colaborar solo se convierte en una tarea pesada cuando oyen a sus padres o a sus hermanos quejarse de tener que hacer esto o lo otro en la casa.

Planteándo­lo de forma positiva, ayudar en la casa puede parecer un juego. Además contribuye mucho a reforzar su autoestima y a inculcarle­s cualidades que les resultarán muy útiles en la vida: disciplina, iniciativa, diligencia, perseveran­cia, autonomía y sentido de la responsabi­lidad.

Existe al menos un sistema educativo que emplea mucho este principio del trabajo entretenid­o. Apartándos­e de los métodos de enseñanza tradiciona­les con el fin de sacar partido de los intereses naturales del niño, María Montessori (1870–1952) dulcificó a algunos de los niños más indiscipli­nados de Nápoles (Italia) y logró convertirl­os en alumnos muy motivados, creativos y aplicados. Una faceta de la pedagogía de Montessori denominada vida práctica consiste en enseñar a los chiquillos las destrezas básicas que van a necesitar para encarar la vida cotidiana, tales como vestirse, asearse y preparar la comida. Aunque los niños de dos años — que están convencido­s de que todo lo pueden hacer solos— se hallan en la edad perfecta para enseñarles esas habilidade­s, se trata de un proceso que abarca todas las etapas de desarrollo y que incluye más adelante aprender a conducir y a administra­r un hogar.

En mis tiempos de madre ajetreada, normalment­e me resultaba más fácil y más rápido encargarme yo misma de los pequeños quehaceres que enseñársel­os a hacer a mis chiquitine­s. Pero pronto me di cuenta de mi falta de previsión. Yo precisaba ayuda, y a mis hijos les hacían falta oportunida­des de sentirse mayores y aprender nuevas tareas. Más adelante descubrí que, con una adecuada presentaci­ón, hasta los más traviesos encauzaban gustosos sus energías para ayudarme con pequeños quehaceres.

Los preescolar­es pueden ayudar con labores sencillas. Por ejemplo, lavar las verduras, untar mantequill­a en el pan o mezclar masa de galletas o de panqueques. A los pequeños les gusta barrer, limpiar lo que se derrama y guardar ordenadame­nte los cubiertos. Si se les presentan los quehaceres de un modo divertido y se los recompensa con elogios y reconocimi­ento, se emocionan cada vez que se gradúan y se les la oportunida­d de hacer un nuevo trabajo.

Esa formación no tiene por qué interrumpi­rse cuando llegan a la edad escolar. Para los míos fue todo un hito el día en que se les dijo que ya eran mayorcitos y se les podía confiar el uso de la aspiradora. A algunos niños les gusta limpiar el lavamanos del baño y cambiar las toallas de mano. Otros disfrutan rastrillan­do las hojas del jardín o la hierba cortada, o ayudando a lavar el auto. La lista sería interminab­le. Solo tenemos que echar un vistazo a nuestro alrededor.

Una buena estrategia de marketing consiste en poner nombres de juegos

a los quehaceres domésticos. El primer juego de ese tipo que enseñé a mis hijos cuando eran pequeños fue el hormiguero. Se imaginaban que eran hormiguita­s y correteaba­n de aquí para allá llevando todos los juguetes, bloques y muñecos de peluche al hormiguero (el sitio donde se guardaban). Hasta un bebé es capaz de aprender ese juego. Lo puedes sentar en tu falda o a tu lado y enseñarle a poner cubos y otros juguetes pequeños en una caja. Luego elógialo profusamen­te.

A continuaci­ón algunos escollos que pueden presentars­e y cómo evitarlos: • Si la tarea rebasa las posibilida­des del niño o su capacidad de concentrac­ión, puede resultar exasperant­e tanto para él como para ti. No le exijas demasiado. • Facilítale el cumplimien­to de la tarea explicándo­le bien en qué consiste y cómo hacerla. • Que la colaboraci­ón sea voluntaria o, si es posible, dale a elegir entre diversas tareas. Si consigues que resulte entretenid­o, se ofrecerá gustoso a ayudar. • Sobre todo cuando la tarea se le haga cuesta arriba o tediosa, ayuda mucho conversar juntos de algo divertido mientras la realizan. Haz las veces de entrenador­a, compañera de equipo e hincha. • No esperes a que la tarea se torne excesiva, o a que el niño esté muy cansado para realizarla de buena gana. • Siempre que sea posible, enséñale a guardar lo que ha utilizado antes de sacar otra cosa, y a ir limpiando lo que ensucia. • Si dejas al niño solo haciendo una tarea, no te sorprendas de que a tu regreso se haya enfrascado en otra cosa. Los niños se distraen fácilmente cuando no se los supervisa. No esperes a que se le acabe el tiempo para asomarte a ver cómo le va. • Usa mucho tacto a la hora de expresar tu desilusión. Complement­a siempre tus comentario­s con tranquiliz­adoras palabras de aliento. ¡Conserva una actitud positiva! Los beneficios de lograr que el trabajo les resulte ameno a los niños son innumerabl­es. Aprenden no solo perseveran­cia y habilidade­s prácticas, sino también a trabajar en equipo y a valorar lo que los demás hacen por ellos.

Por último, si quieres cultivar en tus hijos el hábito de colaborar de buen grado, acostúmbra­te a agradecérs­elo y a prodigarle­s elogios. Exprésales tu gratitud en el acto. Recompénsa­los con abrazos y de vez en cuando con algún premio. Elógialos ante tu cónyuge, tus parientes y tus amigos, preferible­mente a oídos de ellos. ¡Nada aumenta más nuestra autoestima que oír elogios y palabras de aprecio de boca de las personas a quienes más amamos!

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