Casi un matrimonio
Llevo casi 20 años trabajando con el mismo equipo, dirigiendo una ONG que opera en lo que antes era Yugoslavia. «Un matrimonio», lo han llamado algunas personas. Y sí, hasta cierto punto lo es. Ha requerido muchos de los atributos y decisiones que exige un matrimonio.
Cuando empezamos éramos, en fin, más jóvenes. La emoción de emprender algo de esa envergadura, la gran necesidad que encontramos y la novedad del trabajo fueron los factores dominantes. Cada uno tenía su personalidad; pero durante la etapa inicial de alguna manera todos estábamos tan ocupados que ni siquiera teníamos tiempo para ahondar en nuestras discrepancias o resentirnos por lo que hacían los demás.
Más adelante, sin embargo, sí experimentamos lo que viven la mayoría de los matrimonios y relaciones: excesiva familiaridad, dificultad para comunicarnos, estrés, etc. Más de una vez tuvimos la tentación de rendirnos. Con mucha frecuencia simplemente… no nos aguantábamos.
A la larga, el hecho de aceptar y afrontar nuestras limitaciones y diferencias nos ayudó a centrarnos en nuestros objetivos y a no desanimarnos o distraernos cuando se dificultaba la interacción o cuando dábamos pasos hacia atrás en la labor.
Huelga decir que ha requerido gran capacidad de perdón y mucha paciencia y comprensión mutua. Hemos aprendido también a aceptar los momentos bajos de cada uno y los períodos menos productivos. Al fin y al cabo somos seres humanos, y aunque nos dedicamos casi por completo a una buena causa y procuramos ser idealistas y desinteresados, no cabe duda de que nunca alcanzaremos la perfección.
Nuestra percepción de la realidad también puede estar equivocada a veces. En cierta ocasión aprendí algo importante sobre esto. Estaba conversando con un compañero de trabajo acerca de uno de los voluntarios, que últimamente parecía estar desmotivado y que yo sospechaba que pronto abandonaría nuestra entidad. Más tarde, todavía obnubilada por mi negativismo hacia esa persona, revisé los mensajes entrantes y me encontré con este:
«Estaba lloviendo, y mi corazón también derramaba lágrimas de tristeza y angustia. En esas, uno de sus voluntarios entró en mi oficina. Su sonrisa y sus amables palabras dibujaron un arco iris en mi alma. Sentí que se había presentado un ángel».
Ya te imaginas de quién hablaba. Se trataba del mismo voluntario.