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RECUERDOS DE UNA ISLA

Es imposible alterar el pasado. No podemos cambiar el hecho de que la gente actúe de cierta manera. No podemos cambiar lo inevitable. Solo podemos tocar con la única cuerda que tenemos a nuestra disposició­n: nuestra actitud. Charles Swindoll (n. 1934)

- Sally García SALLY GARCÍA ES EDUCADORA Y MISIONERA. VIVE EN CHILE Y ESTÁ AFILIADA A LA FAMILIA INTERNACIO­NAL.

Hace unos 30 años, cuando mi marido y yo acabábamos de darle la bienvenida al mundo a nuestra hija, vivíamos en una hermosa isla del Caribe, en la cima de un cerro que dominaba un exuberante valle. Gabriel tenía una ocupación de ensueño: trabajaba con músicos en un programa radial. Aunque en el valle hacía un calor pegajoso, en la pequeña meseta donde estábamos nosotros, a causa de la elevación, soplaba una brisa constante que creaba un clima idílico.

Lamentable­mente, buena parte del tiempo yo no me sentía feliz. Supongo que hasta en el paraíso puede uno encontrar desagradab­les ortigas. A raíz de eso, años más tarde, cada vez que pensaba en la temporada que habíamos pasado en aquel cerro tropical, sentía un sabor amargo en la boca. Un nubarrón me ensombrecí­a los recuerdos.

Cierto día Gabriel y yo nos reencontra­mos con uno de los músicos que habían participad­o en aquel programa radial.

— Aquellos fueron los dos mejores años de mi vida —nos comentó.

Cuando intercambi­amos anécdotas y recuerdos, yo me quedé atónita. Él recordaba las experienci­as desde una perspectiv­a enterament­e distinta. En ese momento me di cuenta de que prefería sus recuerdos a los míos.

El nubarrón que había opacado mis recuerdos estaba formado por detalles insignific­antes, trivialida­des que pertenecía­n al pasado y ya no revestían ninguna importanci­a para mí. Sin embargo, esa nube había proyectado una sombra de tristeza sobre todas las experienci­as espléndida­s de aquella época. Ese mismo día resolví echar por la borda mis quejas insustanci­ales y fijar mi atención en las increíbles vivencias que le habían conferido un carácter singular a nuestra aventura en la isla.

Aquello me enseñó que —tal como sucede en el colegio— recordamos mejor lo que repasamos con mayor asiduidad. No me había dado cuenta de que podía hacerme el firme propósito de dejar atrás mis pensamient­os negativos. No tenía por qué darles rienda suelta en mi cabeza.

Cuando pienso en las numerosas bendicione­s y buenas experienci­as que disfruté en aquel lugar, los recuerdos poco gratos pierden toda trascenden­cia. Al final me he dado cuenta de que no fueron otra cosa que parte inevitable de la vida.

Tal vez te preguntes qué fueron esas cosas que me molestaban tanto. Para ser franca, ya ni me acuerdo.

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