Di y nunca me arrepentí
Reveses que a la postre agradeces
En mis primeros años de actividad comercial creía que el dinero lo era todo. Cuando mi esposa se quejaba de que en nuestro matrimonio faltaba amor, yo le gruñía que el amor no pone comida en la mesa. La creencia de que lo material lo es todo en la vida me impedía creer en Dios y en los milagros.
Esa percepción fue cambiando paulatinamente después que me inicié en la lectura de la Biblia. Comencé a entender el modelo económico de Dios, basado en el amor y en compartir los bienes materiales, enfoque que contrastaba con la filosofía egocéntrica y materialista que hasta entonces había regido mis actos. Todo ello me ayudó a ajustar mi escala de prioridades.
Corría el año 1985, y la economía del Japón estaba en su apogeo. Mi esposa y yo habíamos empezado a financiar varias actividades voluntarias y acabábamos de comprometernos a hacer donativos periódicos a misioneros. Si bien no habíamos decidido hacerlo con la esperanza de recibir algo a cambio, yo tenía curiosidad por saber si la promesa de Cristo — «Dad, y se os dará » 1— podía tomarse al pie de la letra.
Por entonces yo tenía un proyecto de construir un condominio. Apenas una semana después, el banco me presentó a un contratista inmobiliario al que le encargué la elaboración de los planos. Aquel hombre, deseoso de emprender el negocio, solicitó el permiso de edificación antes que yo aprobara el diseño, el cual terminé rechazando. No pudiendo llegar a un acuerdo con él, le encargué la ejecución de las obras a otro contratista. Eso motivó que el primero me demandara. Finalmente acordamos un nuevo diseño y decidimos que el condominio sería una obra conjunta de ambos contratistas. Este proceso causó un retraso de tres meses, que en el momento consideramos como algo negativo. Sin embargo…
Al iniciar el proyecto habíamos separado una suma de dinero para pagar el impuesto de urbanismo. No obstante, mientras arreglábamos el asunto del diseño con los contratistas, la normativa municipal cambió. Según el nuevo código, mi condominio no estaba obligado a pagar ese tributo.
Si bien me alegré de que el impuesto municipal ya no se me aplicara, me enteré de que a partir de abril el gobierno aumentaría ostensiblemente el gravamen sobre las construcciones. Ahora bien, el hecho de que el primer contratista solicitara prematuramente el permiso de edificación redundó en mi favor, ya que obtuve la aprobación para el condominio justo antes que entrara en vigor el alza del gravamen sobre las construcciones.
Esta sucesión de acontecimientos me enseñó a reconocer la presencia de Dios en mi vida. En retrospectiva, viendo cómo Dios nos había bendecido en esas dos situaciones puntuales, deduje que seguramente se debía a que mi esposa y yo estábamos haciendo lo posible por respaldar la obra de Dios.