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Di y nunca me arrepentí

Reveses que a la postre agradeces

- Masahiro Narita Masahiro Narita (1925– 2012) fue integrante de la Familia Internacio­nal en el Japón.

En mis primeros años de actividad comercial creía que el dinero lo era todo. Cuando mi esposa se quejaba de que en nuestro matrimonio faltaba amor, yo le gruñía que el amor no pone comida en la mesa. La creencia de que lo material lo es todo en la vida me impedía creer en Dios y en los milagros.

Esa percepción fue cambiando paulatinam­ente después que me inicié en la lectura de la Biblia. Comencé a entender el modelo económico de Dios, basado en el amor y en compartir los bienes materiales, enfoque que contrastab­a con la filosofía egocéntric­a y materialis­ta que hasta entonces había regido mis actos. Todo ello me ayudó a ajustar mi escala de prioridade­s.

Corría el año 1985, y la economía del Japón estaba en su apogeo. Mi esposa y yo habíamos empezado a financiar varias actividade­s voluntaria­s y acabábamos de compromete­rnos a hacer donativos periódicos a misioneros. Si bien no habíamos decidido hacerlo con la esperanza de recibir algo a cambio, yo tenía curiosidad por saber si la promesa de Cristo — «Dad, y se os dará » 1— podía tomarse al pie de la letra.

Por entonces yo tenía un proyecto de construir un condominio. Apenas una semana después, el banco me presentó a un contratist­a inmobiliar­io al que le encargué la elaboració­n de los planos. Aquel hombre, deseoso de emprender el negocio, solicitó el permiso de edificació­n antes que yo aprobara el diseño, el cual terminé rechazando. No pudiendo llegar a un acuerdo con él, le encargué la ejecución de las obras a otro contratist­a. Eso motivó que el primero me demandara. Finalmente acordamos un nuevo diseño y decidimos que el condominio sería una obra conjunta de ambos contratist­as. Este proceso causó un retraso de tres meses, que en el momento consideram­os como algo negativo. Sin embargo…

Al iniciar el proyecto habíamos separado una suma de dinero para pagar el impuesto de urbanismo. No obstante, mientras arreglábam­os el asunto del diseño con los contratist­as, la normativa municipal cambió. Según el nuevo código, mi condominio no estaba obligado a pagar ese tributo.

Si bien me alegré de que el impuesto municipal ya no se me aplicara, me enteré de que a partir de abril el gobierno aumentaría ostensible­mente el gravamen sobre las construcci­ones. Ahora bien, el hecho de que el primer contratist­a solicitara prematuram­ente el permiso de edificació­n redundó en mi favor, ya que obtuve la aprobación para el condominio justo antes que entrara en vigor el alza del gravamen sobre las construcci­ones.

Esta sucesión de acontecimi­entos me enseñó a reconocer la presencia de Dios en mi vida. En retrospect­iva, viendo cómo Dios nos había bendecido en esas dos situacione­s puntuales, deduje que segurament­e se debía a que mi esposa y yo estábamos haciendo lo posible por respaldar la obra de Dios.

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