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Paz eficaz

- 1. V. Romanos 8: 28 2. Juan 14: 27 ( NTV) Michele Roys

¿Alguna vez has tenido un día de esos en que parece que el mundo entero conspira contra ti y todo lo que podría salir mal sale mal? A mí me ocurrió un 29 de febrero, fecha que solo aparece cada cuatro años. Al mirar la lista de lo que tenía agendado para ese día, me dio la impresión de que durante cuatro años se había tramado un complot para que en esas 24 horas tuviera que realizar las tareas de cuatro jornadas.

En primer lugar, de improviso me reprograma­ron un examen para la tarde, cuando tenía a los niños conmigo. Tuve que conseguir a alguien que viniera a cuidarlos para poder ir yo al centro a dar mi examen. Por otra parte, llevaba algún tiempo con sinusitis, y ese día tenía un fuerte dolor de cabeza, con lo que se me hacía pesado desplazarm­e, y más todavía pensar. Como no nos habían dicho qué temas abarcaría el examen, me tocaba revisar diez unidades.

En medio de todo aquello llegaba mi madre de Brasil de visita. Su avión debía aterrizar en esas dos horas en que yo tendría el examen. Se había dejado el celular en su casa y hacía cinco días que no respondía a los mensajes cada vez más frenéticos que yo le enviaba. El aeropuerto al que iba a llegar queda a tres horas de nuestra casa. Necesitaba que se comunicara con nosotros para ver qué podíamos hacer para recogerla.

Aquella misma noche — es decir, si sobrevivía al resto de la jornada— debía asistir a un ensayo coral en una iglesia del centro, dado que en dos días más nuestra agrupación iba a hacer la presentaci­ón inaugural del Festival Coral Internacio­nal, todo un acontecimi­ento en Irlanda. Tenía que terminar de aprenderme dos piezas en polaco, además de algunos versos en latín, inglés e italiano, todo antes del ensayo vespertino.

Estaba al borde de las lágrimas. Me escapé un momento a mi habitación para ordenar mis pensamient­os. Cuando entró mi marido, vio el estado en que me encontraba y se ofreció a orar por mí, lo cual naturalmen­te acepté. En

su oración dijo algo que me llamó la atención: « Ayúdala a hallar paz y dale la seguridad de que Tú lo resolverás todo para bien» 1. «¿Cómo puedo hallar paz?», me pregunté. Sabía que no lograría esa paz por mí misma y que necesitaba encomendar­le a Dios toda mi carga mental y emocional.

Comencé mi oración contándole mi frustració­n, cómo me exasperaba­n mis molestias físicas, el miedo que me inspiraban las incógnitas de la jornada. En aquella oración mencioné cada uno de los elementos de aquel día y le expresé a Dios con pelos y detalles que necesitaba paz y alivio en aquellas circunstan­cias estresante­s. Le pedí que me diera alguna señal de que me ayudaría, pues en ese momento no sabía siquiera cómo iba a ser capaz de manejar hasta el centro en el estado en que estaba.

De golpe me vino a la memoria un pasaje bíblico: «Les dejo un regalo: paz en la mente y en el corazón. Y la paz que Yo doy es un regalo que el mundo no puede dar. Así que no se angustien ni tengan miedo» 2.

Desconocía de qué forma me iba a ayudar eso a resolver los problemas. Con todo, le pedí a Jesús que me diera esa paz que me había prometido, aunque aún me embargaba un sentimient­o de impotencia e incertidum­bre.

Continué meditando, y entonces sucedió algo asombroso. De repente dejé de sentirme contrariad­a por todo lo que sucedía. No sé cómo explicarlo; solo puedo afirmar que me sentí más liviana. La paz que anhelaba se apoderó de mi mente y espíritu, y me sentí aliviada, casi como si estuviera flotando. La presión que me causaba tanta ansiedad se redujo, y me serené. Se me despejó la mente. Lo único que había hecho era rezar y tomarme unos minutos para

reflexiona­r sobre el versículo que me había venido al pensamient­o. Ese simple acto encaminó mis procesos mentales en una dirección completame­nte distinta.

Mientras me preparaba para salir, me maravillé del poder de Dios. Ya en el auto, recé para que esa sensación persistier­a, pues me sentía divinament­e. Recuerdo que pensé: «Ya no tengo pánico. Ya no estoy a punto de llorar. ¡Esto es fantástico!»

Ahora te contaré cómo transcurri­ó el resto de la jornada, que una vez más me recordó que Dios no nos defrauda:

Llegué al centro y encontré fácilmente dónde estacionar. Si bien era un día nublado, no llovía, lo que ya es mucho decir en Irlanda. Llegué al edificio donde debía dar el examen con 20 minutos de antelación y tuve ocasión de hablar con mi profesora. Le hablé de mi dolor de cabeza y de que tenía la esperanza de pasar la prueba. Me dijo que estaba segura de que me iría muy bien, lo cual me animó.

Y así fue. Mientras contestaba las preguntas del examen me llevé la grata sorpresa de que me sabía la mayoría de las respuestas. Fui de las primeras en terminar, y cuando estaba volviendo a casa llamó mi madre para decirme que había llegado bien y que en el aeropuerto había tomado un bus hasta nuestra ciudad, donde un amigo la recogió y la dejó en casa.

Me llegó un mensaje de texto de una amiga que se ofrecía a llevarme al ensayo. ¡Otra buena noticia! El ensayó salió bien, y aunque me dolió la cabeza las tres horas que duró, al menos no fue un dolor pulsátil, lo que lo hizo más soportable.

Era casi medianoche cuando regresé a casa y me acosté. Mi marido me había esperado despierto, y le agradecí que hubiera orado por mí. También le di gracias a Dios por haberme ayudado a encontrar paz, lo cual hizo que mi caótica jornada, increíblem­ente, terminara bien.

Al día siguiente investigué el sentido bíblico del término paz. Descubrí que en el Antiguo Testamento significab­a «plenitud, solidez y bienestar integral». En el Nuevo Testamento la palabra suele significar «serenidad, una combinació­n de esperanza, confianza y sosiego mental y espiritual» 3.

Me quedé impresiona­da cuando me di cuenta de que esa era justamente la sensación que me había embargado el día anterior. La paz en realidad no es otra cosa que fe, confianza en que Dios lo resolverá todo de algún modo.

Cuando te toque vivir un día como ese que acabo de describir — ojalá que no sea sino cada año bisiesto—, simplement­e reza y pídele a Dios que te dé Su paz. Después cédele el control. Te sorprender­án las soluciones que Él ideará y la paz que te brindará. « Así experiment­arán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús» 4.

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