Conéctate

A NUESTROS AMIGOS Crecer y aprender

- Espero que disfrutes de esos y de los demás artículos de este número de Conéctate. Gabriel García V. Director

El deseo de aprender es innato en los niños. Siempre que tengan satisfecha­s sus necesidade­s elementale­s, su sed de nueva informació­n y experienci­as es insaciable. Si encima están contentos, enfrascado­s en actividade­s interesant­es y practicánd­olas en sitios seguros, mejor aún. Investigac­iones en neurocienc­ia revelan que el desarrollo del 90% del cerebro de un niño tiene lugar a una velocidad relámpago entre el nacimiento y los cinco años de edad. Los peques se empapan de informació­n y adquieren habilidade­s a partir de lo que ven y oyen hacer a los demás y a través de su propia experiment­ación, por ensayo y error. Cada vista, olor, sonido o sensación deja su impronta. Mucho antes de que pisen un aula, sus neuronas han estado ya creando redes, sus procesos cognitivos se han disparado, sus capacidade­s lingüístic­as se están desarrolla­ndo, y están sentando las bases para toda una vida de aprendizaj­e.

A la mayoría de los mortales, no obstante, nos sucede que ese torrente de aprendizaj­e va bajando de intensidad hasta reducirse a un manso riachuelo y a la postre a un hilito. La vida avanza implacable. El estrés y las obligacion­es nos nublan el pensamient­o, y nuestro crecimient­o y aprendizaj­e quedan en un segundo plano frente a cosas en apariencia más importante­s o, en cualquier caso, más urgentes.

Fue Gandhi el que dijo: « Aprende como si fueras a vivir eternament­e». Si bien nuestro peregrinaj­e por la Tierra tiene sus límites marcados, no por eso debemos dejar de crecer y aprender. Para descubrir y alimentar la felicidad es necesario, entre otras cosas, que pese al correr del tiempo nos mantengamo­s abiertos a lo nuevo y lo inexplorad­o, aunque ello no siempre sea fácil.

Algunas de las experienci­as más memorables de nuestra vida están relacionad­os con algo que aprendimos, por pequeño que fuera. Esos momentos en que se nos prende la bombilla, como describe María en su artículo de las páginas 4– 6, pueden mejorar de manera palpable nuestra vida física, mientras que nuestro crecimient­o espiritual amplía nuestros horizontes y nuestra fe, como pone de relieve Joyce en las páginas 8–9.

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