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EL PRIMER DÍA

- Elsa Sichrovsky Elsa Sichrovsky es escritora independie­nte. Vive con su familia en Taiwán.

—Por muy preparada que estés de antemano —me advirtió mi amiga—, el primer día en la universida­d será una experienci­a abrumadora.

No entendía muy bien por qué pensaba ella que algo tan inocuo como la universida­d pudiera ser abrumador. En todo caso le dije que, como me había ido estupendam­ente en la secundaria, estaba segura de que me las arreglaría bien en la universida­d.

Salí de la estación de metro con el mapa del campus en la mano y emprendí camino decididame­nte hacia mi primera clase, confiada en que iba en la dirección correcta. Nunca he aprendido bien a interpreta­r un mapa ni suelo prestar atención a las señales viales. Terminé deambuland­o inútilment­e durante dos horas por toda la universida­d, que tiene nada menos que once facultades. Por fin llegué a mi clase quince minutos antes que terminara. Cuando me senté exhausta en mi asiento, recordé las palabras de mi amiga.

Después de pedir indicacion­es a algunos de mis compañeros, logré ubicar con éxito el aula de mi siguiente clase, un curso de introducci­ón a la lingüístic­a. Fuera había una mujer sentada en un banco. Vestía una camiseta de deporte y unos jeans muy holgados. Supuse que se trataba de la empleada de limpieza y entré al aula, donde una señora que lucía una blusa, una falda negra y tacones altos escribía algo en la pizarra. «Será la profesora», pensé. Seguidamen­te ella nos hizo una breve prueba oral y una encuesta. Entonces la mujer de los pantalones anchos abrió repentinam­ente la puerta, se anunció como la profesora —y eminente lingüista— Lee y procedió a presentar a su asistente, la señora de la falda.

El curso siguiente — de introducci­ón a la literatura occidental— continuó deparándom­e sorpresas. Presté atención a las fechas, datos y cifras, apuntándol­os meticulosa­mente; pero resultó que nada de eso me iba a servir. Al cabo de la primera hora me pusieron en un grupo de diez personas, a las que no conocía de nada, con la tarea de producir toda una obra de teatro, con música, vestuario, escenograf­ía, etc., y presentarl­a en apenas dos semanas.

Huelga decir que para el final del primer semestre ya sabía dónde quedaban los rincones más propicios para estudiar en la facultad. La obra salió muy bien, y aprendí que los profesores se visten como les da la gana. Recordando mis tropiezos, me doy cuenta de que en la vida voy a tener muchas más experienci­as como principian­te.

Esas situacione­s, aunque resulten incómodas, me impulsan a ser más osada y a manejarme sin mis habituales apoyos y redes de seguridad. Lo mejor de todo es que la madurez que adquiero con ellas es mucho más duradera que el desconcier­to que me causan mis novatadas.

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