EL QUE LA SIGUE, LA CONSIGUE
Toda madre que haya luchado por que su chiquitín se quede sentado hasta terminar la comida sabe que los niños pequeños solo son capaces de mantener la atención durante cortos períodos. Hay, sin embargo, momentos en la vida de todo niño en que el ansia de superación lo lleva a aprender algo, por ejemplo a agarrar un objeto pequeño con sus deditos regordetes, a gatear o a caminar. Esas nuevas habilidades requieren tremenda concentración y esfuerzo de su parte, y su aprendizaje toma bastante tiempo comparado con lo poco que ha vivido el niño hasta ese momento. Además, le imponen exigencias físicas cuando apenas está empezando a desarrollar su coordinación y sus músculos todavía no son capaces de soportar su peso corporal.
Hace poco me mudé a otro país. Me llevó un tiempo aclimatarme. Me aboqué a hacer voluntariado, pero no me sentía muy capaz que digamos. Por ejemplo, concentré mis energías en una campaña para repartir juguetes y libros a niños necesitados. Sin embargo, al ver que la iniciativa no despegaba, me desanimé y me entraron ganas de desistir.
Un día me puse a jugar con Rafael, el bebé de una colega. El nene estaba decidido a gatear. Empezaba por separar su cuerpo del suelo empujando hacia arriba con sus bracitos temblorosos. Después de varios intentos lograba ponerse a gatas. El problema era que no avanzaba ni un palmo. Había un juguete que quería alcanzar; pero por mucho que se balanceaba y se sacudía, no conseguía acercarse. Por momentos lograba desplazarse un poco, pero hacia atrás, y terminaba más lejos de su objetivo. Finalmente el pobrecito me miró con cara de impotencia, como suplicándome: «¡Tómame en brazos!»
Lo comprendí, pues yo misma me sentía impotente en mi nueva situación. No obstante, sabía que todos aquellos esfuerzos le servían para desarrollar sus músculos y contribuían a su desarrollo motor. Lo tomé en brazos y lo acicateé un poco; pero luego lo puse nuevamente en el suelo para que siguiera esforzándose. Tenía que aprender a gatear él solito; yo no podía hacerlo por él.
De repente caí en la cuenta de lo mucho que me parecía yo a él. Llevaba ya un tiempo esforzándome por acomodarme a un nuevo trabajo, asimilar un nuevo idioma y adaptarme a una cultura distinta. Mi reacción natural había sido volverme hacia Jesús y decirle: «¡Tómame en brazos! ¡Sácame de aquí!» Pero Él sabía que aquella temporada de aprendizaje, por difícil que se me hiciera, me fortalecería. Aunque siempre cuento con el aliento que me da Su amor, yo también tengo que poner empeño y perseverar. Si Rafael fue capaz de persistir, yo también puedo.
Rafael ya gatea y se está poniendo de pie solito. Yo, por mi parte, también estoy haciendo mis pinitos adquiriendo nuevas habilidades y ampliando mis horizontes. Estoy segura de que prontito los dos andaremos a toda velocidad.