Conéctate

LA TRANSFORMA­CIÓN DE JORGE

- Hannah Book Hannah Book hace voluntaria­do a tiempo parcial con La Familia Internacio­nal en Argentina.

—¿Esa labor humanitari­a que hacen ustedes tiene un móvil religioso? Si es así, yo soy ateo.

El viejo vagabundo que me tiraba de la manga parecía más una bestia que un hombre. Aunque su cuerpo consumido presentaba las típicas señales del alcoholism­o crónico, con su mirada alerta me pedía piedad.

—Yo también era atea antes —le dije

l enorme mercado de abasto de Buenos Aires donde tuvo lugar ese encuentro alberga a muchos estibadore­s y mucha gente sin techo. Durante el día, cientos de personas de la calle hurgan en la basura en busca de alguna sobra de los puestos de venta. Es un barrio popular muy duro. En los dos años que he estado yendo allí a buscar provisione­s para nuestra obra voluntaria he llegado a conocer bastante bien a algunos de los vendedores y a muchos de los personajes habituales. Este tenía ganas de charlar. Me dijo que su nombre era Chupete.

Me sorprendió lo bien hablado y culto que era a pesar de su condición de alcohólico callejero. En la media hora siguiente me relató sus 64 años de vida, incluido el episodio en que su padre — que había sido jefe de policía— fue asesinado por la mafia delante de él. Aquel día «se volvió loco», y desde entonces tiene arrebatos de violencia incontrola­ble. Cuando terminó, le corrían lágrimas por las mejillas.

¿Qué podía decirle? Recé en silencio para que Dios me diera las palabras indicadas. —¿Querés librarte? —le pregunté. —¿De qué? — Del resentimie­nto y del miedo. —¡ Nadie puede quitarme eso! — protestó.

—Yo conozco a Alguien que sí puede —le respondí—. Tengo un regalo para vos.

Enseguida captó que me refería a Jesús.

—¿Tenés alguna idea de lo difícil que es para un ateo recibir un regalo así? — se quejó.

— Acordate de que yo también era atea. Por eso sé que esto te va a dar resultado.

Chupete no encontró argumentos para rebatírmel­o.

—¿Querés aceptar a Jesús? —le pregunté sin más.

Él se quedó inmóvil, mirándome fijamente. De golpe suspiró, y sus brazos se abrieron como para recibir el regalo que le ofrecía. — Sí, quiero —me respondió. Oré entonces con él para que aceptara a Jesús como Salvador, y para que Él lo librara del resentimie­nto y el miedo que lo habían llevado al alcoholism­o.

Cuando abrí los ojos, era otro hombre. . Antes de separarnos­E me dijo: — Gracias por darme esta paz. Ah, y me llamo Jorge.

Dos semanas después, cuando volví al mercado, ni siquiera lo reconocí. Estaba limpio y afeitado. Tenía muchas ganas de rezar conmigo y se alegró de recibir la revista Conéctate del mes.

La semana siguiente nos dijo que había leído la revista una y otra vez. También había estado dos horas hablando con Jesús, y había terminado diciéndole que necesitaba encontrar trabajo. Por su temple violento y su carácter discutidor lo habían despedido de un sitio tras otro.

—Un minuto después se me acercó un muchacho para decirme

que su padre me ofrecía empleo en su puesto. ¡Y es el mismo que hace un mes juró que nunca volvería a trabajar para él!

Jorge estaba entusiasma­dísimo con lo rápido que el Señor había respondido a su oración.

En aquella ocasión nos pidió que rezásemos para que Dios lo ayudara a dejar por completo la bebida.

—El otro día me pasó algo extrañísim­o —nos contó—. Estaba tomando con mis amigos y de golpe sentí que Jesús me tocaba el hombro y me decía que dejara mi vaso de vino. Y eso hice. Simplement­e me levanté y me fui. Jamás hubiera hecho eso antes. Unos 20 minutos después, los hombres con los que había estado tomando se pusieron a pelear y se acercó un policía a separarlos. El agente sabía que yo siempre estaba metido en alguna pelea, así que cuando me vio por ahí, ajeno a la refriega, me preguntó: «¿Vos no deberías estar ahí metido?» Cuando le dije que no, se quedó mirándome y me soltó: «¿Qué te ha pasado?» Jesús me está transforma­ndo. Yo lo noto, y los demás también. Ahora quiero rezar para dejar completame­nte el trago.

Cuando Jorge nos dijo que no pensaba que sería capaz de sobrevivir en la calle a otro invierno frío y húmedo, me ofrecí a orar con él para que encontrara un lugar donde quedarse a un precio asequible. La última vez que lo vi me dijo que le habían ofrecido un cargo de supervisor en una importante empresa de cítricos y que el puesto incluía alojamient­o.

Y lo que es mejor, me contó que se sentía con valor para volver a ver a su esposa y sus hijas gemelas, que ya son mayores.

— Después de los milagros que Jesús ha hecho por mí estoy seguro de que me puede ayudar a reconcilia­rme con ellas. No importa en qué laberinto me vea, siento que Jesús me dice: «Confiá en Mí».

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Si deseas conocer a quien es capaz de transforma­r tu mundo, haz esta sencilla oración: Jesús, acepto Tu amor y Tu perdón. Te ruego que entres en mi vida y me ayudes a comprender­te mejor y seguirte.

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