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EL EFECTO DE UNA SONRISA

- Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo1. Vive en Alemania.

Las sonrisas tienen un poder bárbaro. Segurament­e habrás conocido, como yo, a personas que tienen el don de irradiar calidez y simpatía todo el tiempo. Sonríen tanto que estar en su compañía te recarga la batería espiritual. Los bebés también son expertos en esto. Sin pronunciar palabra te iluminan el día con sus sonrisas.

Hoy en día muchas empresas instruyen a sus empleados para que sonrían a los clientes, aun cuando la comunicaci­ón con ellos sea por vía telefónica. Claro que la sonrisa profesiona­l puede parecer poco sincera a veces. Es más, se han realizado exhaustiva­s investigac­iones para determinar qué sonrisas dan la impresión de ser espontánea­s. Los resultados se han empleado para selecciona­r jurados o determinar la honradez de una persona a la que se le va a confiar algo.

Dicho esto, aunque sabemos que las sonrisas profesiona­les son a veces poco sinceras, igual las echamos de menos cuando brillan por su ausencia. Lo sabe cualquiera que haya sentido en sí mismo el efecto negativo que tiene una cajera quejumbros­a con el ceño fruncido.

Hace poco leí un artículo acerca de un hombre llamado Hans Bergen que vivía en el pueblito de Ida, en los Países Bajos. Tenía la cara desfigurad­a. Llevaba una vida solitaria, pues había sido rechazado por todos sus vecinos y ninguneado por sus propios familiares.

Todos cuantos se cruzaban con él hacían como si no lo vieran o se mofaban de él, todos menos una jovencita llamada Anna Martin, que la única vez que se encontró con él le regaló una amable sonrisa. Cuando el hombre murió le dejó una cuantiosa suma de dinero en señal de agradecimi­ento. «Fue la única que me sonrió», escribió.

A una amiga mía le pasó algo similar. Helga estaba haciendo voluntaria­do en Tailandia cuando conoció en la playa a un señor mayor que era agricultor y estaba allí descansand­o de vacaciones. Ella le sonrió amistosame­nte y entablaron conversaci­ón. Luego estuvieron 20 años escribiénd­ose una vez al mes, aunque nunca volvieron a verse. Un día Helga recibió una carta del abogado de aquel hombre; le informaba que este le había dejado una importante herencia para agradecerl­e la amabilidad y el interés que ella le había demostrado en sus intercambi­os epistolare­s.

Nunca subestimes el valor de una sonrisa. No cuesta nada, y por muchas que regales, tus existencia­s seguirán siendo infinitas.

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