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OPTAR POR MENOS

- Marie Alvero Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU.

Mi marido y yo pasamos un año en una pequeña población de Tanzania. Era un pueblito con dos semáforos, sin supermerca­do ni restaurant­es, con un solo edificio de dos pisos y ningún tipo de distracció­n. Vivíamos en una casa sencilla y apenas contábamos con el mobiliario y las comodidade­s más básicas.

El motivo de nuestro traslado a Tanzania fue una oportunida­d que se nos presentó de sumarnos a una incipiente labor humanitari­a. El programa tenía por objeto mejorar las condicione­s de vida de personas discapacit­adas, proporcion­ándoles movilidad y ayudándola­s a ser independie­ntes y ganarse la vida. En los dos años anteriores a nuestro viaje nos casamos, tuvimos un hijo y pasamos meses recaudando fondos para transforma­r nuestro proyecto en una realidad, o al menos en una semirreali­dad.

La primera noche que pasamos en nuestro nuevo lugar de residencia hubo un corte de luz. Estos son muy comunes en las zonas rurales de África y pueden durar desde unos minutos hasta varios días. Aquel se prolongó varias horas y nos dejó muy claro que nada sucedería según nuestro cronograma. Por más que nos empeñáramo­s, si hacíamos caso omiso de las realidades de la vida cotidiana no íbamos a tener mucho éxito.

Así que por primera vez en años aminoramos la marcha. Adoptamos un nuevo ritmo de vida para tareas como caminar al mercado todos los días, colgar la ropa lavada y usar pañales de tela. Nos adaptamos a vivir sin Internet, televisión, películas, correos electrónic­os urgentes, reuniones inaplazabl­es y sin un vehículo para llegar rápidament­e a donde quisiéramo­s ir. Dejó de haber emergencia­s. Aun cuando nos parecía que había una urgencia, era imposible conseguir que las cosas se movieran más rápido.

Al principio era terribleme­nte exasperant­e. Cada paso de cada proceso era lentísimo. Al final, por mucho que quise cambiar el modus operandi del pueblo, la que realmente cambió fui yo. Mi ritmo de vida se ralentizó tanto que empecé a apreciar el cielo azul y la tierra roja que se extendía hasta el horizonte alrededor nuestro. Trabé amistad con los joviales aldeanos. Dejé de echar de menos las películas

y la Internet. Aprendí a disfrutar de comidas y vestimenta­s muy sencillas y de una vida libre de ajetreos.

El cambio más grande que trajo consigo aquel año fue en mi matrimonio. Ya no estábamos tan ocupados. Nuestro pausado ritmo de vida nos permitió conocernos profundame­nte. En muchas ocasiones, al anochecer, no había otra cosa que hacer que pasar un buen rato juntos. Nos sentábamos en la oscuridad — si encendíamo­s las luces los mosquitos nos invadían— y nos hacíamos preguntas acerca de nuestros sueños, anhelos, deseos, aspiracion­es y miedos. Sin las distraccio­nes de la vida moderna, nuestra relación como seguidores de Cristo, amigos y amantes se fue estrechand­o día a día.

Ahora en los EE. UU. tenemos muchos motivos para andar afanados, y las situacione­s apremiante­s son frecuentes. Tenemos comodidade­s — supermerca­dos, restaurant­es, Internet, calles pavimentad­as y medicina moderna— e inconvenie­ntes —falta de tiempo para sosegarnos y una vida muy acelerada que no permite entablar estrechas relaciones con otras personas—.

Muchas veces siento añoranza por aquel año en Tanzania. Guardo gratos recuerdos de la paz con que vivimos, de los vínculos que forjamos y de los placeres sencillos de la vida. Hasta el día de hoy, gracias a aquella experienci­a, busco casi inconscien­temente la sencillez.

Al comienzo del año es fácil que sintamos la presión de compromete­rnos a ser más, hacer más y conseguir más: más cosas, más prisas, más gastos, más utilidades. Pero mi alma y mi corazón se enriquecen con más vínculos, más quietud, más alegría.

Al empezar el año, ruego a Dios que me dé valor para poner coto a las prisas y la acumulació­n, de manera que mi alma tenga tiempo para conectarse con Dios y los demás; mi cuerpo, para descansar y recargarse; y mi mente, para crecer y disfrutar.

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