MIS DECISIONES MI FUTURO
Probablemente conoces algunas de estas sentencias populares:
• El mundo es tu ostra. • No hay límites. • La palabra imposible no forma parte de mi vocabulario. • Nunca te des por vencido. • Si eres capaz de soñarlo, eres capaz de materializarlo. • La mejor forma de conocer el futuro es forjarlo. • El éxito se compone de un 1% de inspiración y un 99% de transpiración.
Aunque son principios bastante acertados, no puedo evitar cuestionarlos. Pero resulta que la Palabra de Dios dice muchas cosas similares: • Para los hombres es imposible — aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, mas para Dios todo es posible1. • Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús2. • Dios proveerá con generosidad todo lo que necesiten. Entonces siempre tendrán todo lo necesario y habrá bastante de sobra para compartir con otros3. • Abraham siempre creyó la promesa de Dios sin vacilar. De hecho, su fe se fortaleció aún más y así le dio gloria a Dios. Abraham estaba plenamente convencido de que Dios es poderoso para cumplir todo lo que promete4. • Mientras […] buscó la dirección
del Señor, Dios le dio éxito5.
Yo disfruto de una relación personal con Jesús. Sé que me ama y tengo a mi disposición la fuente de la verdad: la Biblia y otros textos inspirados por Dios. Considero que tengo mucho que ofrecerle al mundo y que debo aprovechar las
oportunidades que se me presentan de servir, retribuir, hallar satisfacción y trazarme un derrotero que haga que mis seres queridos y Jesús se enorgullezcan de mí.
¿A qué se debe, entonces, que mi realidad a veces no refleje eso? Hay momentos en que me siento poca cosa, olvidada, perdida, o como si deambulara sin rumbo. Sé que debo considerarme bendecida, que tengo conocimientos, discernimiento, fe y valiosos dones espirituales. Sin embargo, a veces no logro que esos dones obren en mi favor.
Cuanto más tiempo me siento así, peor, hasta que empiezo a preguntarme si alguna vez encontraré el camino que me conduzca a una vida mejor, a una relación más profunda, a una forma de vida más saludable. Cuando me siento estancada, insegura o insatisfecha con mi situación actual, puede resultar confuso o frustrante tratar de arreglarla o saber por dónde empezar siquiera.
He llegado a una conclusión que para mí ha sido provechosa: Esta es mi vida. Por la gracia de Dios, será de una manera o de otra según lo que yo haga.
He tomado conciencia de que ni siquiera Dios puede vivir mi vida por mí. Tengo que responsabilizarme de mis decisiones.
Me he hecho una lista de algunos obstáculos que me traban y me tienen estancada.
La inercia. Me es más fácil seguir haciendo lo de siempre que decidirme a cambiar. Modificar la trayectoria de mi vida requiere fe, energía, sacrificios y movimiento. A menos que determine cambiar y me empeñe en hacerlo, sé que lo normal es que siga por el mismo camino. El miedo. Miedo a fracasar, a pasar vergüenza, a triunfar, a tener demasiado trabajo que me exija mucho. Todos esos temores nos pueden paralizar. Creo que el miedo nos lleva a convencernos de que lo que tenemos ahora no está tan mal, que no vale la pena arriesgarse a cambiarlo. La procrastinación. Postergar las cosas hasta mañana es receta segura para el estancamiento. Las expectativas de los demás. Me resulta difícil cambiar cosas y adentrarme en territorio desconocido por la imagen que creo que la gente tiene de mí. Pero cuando comparezca ante Dios para dar cuenta de mi vida, Él no se regirá por lo que los demás pensaban que yo debía hacer; solo se fijará en lo que haya logrado.
La falta de claridad. Me refiero a cuando nos da la impresión de que tenemos que cambiar nuestra vida y sentimos cierto desasosiego o ansiedad, pero no sabemos bien qué rumbo tomar o qué hacer. Y nos quedamos esperando. A mí me ha pasado. Pero la clave está en hacer algo mientras esperamos. Si damos pasos hacia adelante basándonos en lo que sabemos, lo que desconocemos se irá aclarando.
Hace falta valor para asumir la responsabilidad de nuestra vida.
Hace falta valor para cambiar y optar por otras cosas. Hace falta valor para correr riesgos. Hace falta valor para llevar una vida que esté en sintonía con nuestras más nobles aspiraciones en vez de sucumbir a la mediocridad.
Hace falta valor para profundizar y llegar a ser como queremos ser, en vez de escondernos tras una cortina de excusas o culpar a los demás.
Hace falta valor para vivir la verdad y ser la expresión más genuina de las personas que Dios quiere que seamos.
Hace falta valor para mantener el rumbo y capear las tormentas que inevitablemente vendrán después que hayamos efectuado los cambios.
Una vez que nos armamos de valor para reconocer lo que hay que cambiar, el siguiente paso es actuar. Solo disponemos del día de hoy. Lo que hagamos hoy contribuye a forjar nuestra vida, nuestro legado.
Así, pues, este es mi reto: • Responsabilizarme de mi vida. • Reconocer los obstáculos a los que me enfrento o que me impiden avanzar. • Tener valor. • Actuar.
Cuando consideramos detenidamente las decisiones que hemos tomado, analizamos lo que nos ha frenado, averiguamos cuál es la voluntad de Dios para nosotros y le pedimos que nos dé valor para actuar, podemos tener la certeza de que no estamos solos. Dios nos acompaña. Él no puede vivir mi vida por mí; mas si doy un paso en la buena dirección, conforme a Su voluntad, Él obrará en mi favor y hará que todo redunde en mi bien, a Su tiempo y a Su manera6.